"La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento".
José Carlos Mariátegui
--> SOBRE LA COLUMNA IZQUIERDA RECORRE LOS ALTERMEDIOS, CONOCE LO QUE NO APARECE EN LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN.<--

VIVA EL CÁNCER


"¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar. La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían. Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina. Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra. Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo."
Eduardo Galeano en Memorias del Fuego



No pretendo comparar bajo ningún aspecto una mujer con otra, sería una falta de respeto a Evita como a Cristina Fernández. Una esta tan lejos de la otra, como el momento histórico que vivieron y las tienen como protagonistas. Una es eterna y siempre vive en el alma de su pueblo, la otra aparece como una impostora, como una farsante que quiere ocupar un lugar en la historia por pura ambición.

Es curioso, siento que también me confundo, que alguna vez leí que de alguna de ellas se escribió o se escribe lo mismo, no se. Pero lo que se, es que los que las atacan tienen un eje común, pareciera que las dos tiene el mismo enemigo histórico. Les pido un poco de su tiempo para leer el artículo de Aliverti y reflexionar para saber donde estamos parados.

Mario Nicolay



El odio

Eduardo Aliverti

Sí, el tema de estas líneas es el odio. Y planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último y se cree con, por lo menos, algunas capacidades analíticas, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

Planteemos de entrada la -es probable- única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del sultanato menemista, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos. Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político impresionante. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial. También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no le quedaba otra chance tras de la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales, apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios, reactivación industrial, firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna conclusión, parecería que debe dársele una relevancia enorme. Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas, transformación de la Corte Suprema, enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica, Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales, militancia de los ’70 en posiciones de poder. En definitiva y -para repetir y ampliar- aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa, o cuanto quisiera argüirse para restarle cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de una novedad política. De un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de

la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar. Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”, y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean. Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase dominante visualiza al oficialismo. Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90; y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas -y algunas acompañantes- desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria. Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illia, para encontrar -tal vez- algo semejante. Como entonces, aunque ahora potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos. No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional. Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. Esta semana se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente -no toda, desde ya- de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer. Pero las cosas

se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones -junto con muchas populares del conurbano bonaerense- fueron las que el 28J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. Para el gusto del cronista, no hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica. Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en el repaso del total de la gestión como de la coyuntura los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país; o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los récords de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el conjunto de esa clase pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso es lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Vamos entonces, ahora sí, a las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo. Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquél tiempo a hoy y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que todo esto es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.



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Uruguay (y Argentina) en la estrategia imperial

Raúl Zibechi (La Jornada)

En América Latina, como en todas partes, la estrategia imperial no ha sido trazada de una vez para siempre, cuestión que sería imposible por los permanentes cambios en la relación de fuerzas que se produce en cada área y país de la región. Tampoco hay un "centro" imperial, en el sentido de un reducido espacio donde un grupo también reducido de personas diseña objetivos y tácticas para alcanzarlos. En la medida que el imperio está conformado por dos lógicas diferentes, pero convergentes (territoriales y capitalistas, control territorial y flujos de capital), resulta imposible cualquier planificación férrea y centralizada. De modo que vamos comprendiendo las estrategias del imperio a medida que se van desplegando.


En estos días se está escenificando en Uruguay, dos semanas antes de la asunción del gobierno de José Mujica, uno de los asertos de David Harvey en su libro Espacios del capital: "El Estado-nación está en la actualidad más dedicado que nunca a crear un clima de negocios benigno para la inversión, lo cual implica justamente controlar y reprimir resueltamente a los movimientos obreros empleando métodos nuevos" (Akal, 2007, p. 26). El miércoles 10 Mujica almorzó en un lujoso hotel de Punta del Este con mil 500 empresarios, sobre todo argentinos, pero también brasileños, estadunidenses y europeos.



Lo más destacado fue, precisamente, el clima. Los grandes empresarios argentinos, que habitualmente la emprenden contra el gobierno de Cristina Kirchner, se deshicieron. Gustavo Grobocopatel, dueño de uno de los mayores pools de siembra de soya, dijo tener "expectativas muy positivas con relación a Mujica". Juan Carlos López Mena, uno de los hombres más poderosos del Río de la Plata y presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Uruguaya, dijo estar "incondicionalmente al servicio del gobierno" y aseguró que "Uruguay se está transformando en el país casi ideal" para los empresarios. "Da envidia", dijo el presidente de la Unión Industrial Argentina.



Así las cosas, las preguntas se agolpan. ¿Son tan diferentes las políticas de los gobiernos de Argentina y Uruguay? Sin duda no lo son. ¿Por qué, entonces, es tan diferente el "clima de negocios"? Vale destacar que alguna de las principales procesadoras de celulosa del mundo, Stora Enso, Arauco y Botnia, eligieron Uruguay. Camino que siguen la empresa automovilística india Tata, que montará en Uruguay el Nano para toda la región, y otras importantes multinacionales. El gobierno uruguayo aprovecha este clima de inversiones, que ahora lo favorece, para darle un impulso al país.



Hasta fines de la década de 1990 la relación era la inversa. Para Washington las "relaciones carnales" con el gobierno de Carlos Menem eran decisivas, empeñado como estaba en avanzar en la acumulación por desposesión, por robo liso y llano, que un gobierno como aquel avalaba y lubricaba. Luego las cosas cambiaron y mientras Argentina era devastada por la especulación financiera en 2001, Uruguay era salvado en plena crisis a mediados de 2002 por un préstamo del FMI. ¿Qué cambió?



Mientras en los 90 la prioridad del imperio era el Consenso de Washington, con los años la prioridad pasó a ser la contención de Brasil cuando se acelera la decadencia estadunidense. En esa estrategia, algunos países sudamericanos se han convertido en piezas clave, ya sea por su capacidad de generar inestabilidad (conflictos Colombia-Venezuela y Colombia-Ecuador), para instalar bases militares formando un cerco sobre Brasil (Colombia, Perú y Paraguay) o para instalar una cuña entre los dos principales aliados estratégicos. Ese papel de "Estado tapón" entre Argentina y Brasil fue diseñado hace casi dos siglos por la diplomacia británica cuando parió al Estado uruguayo.



Veamos cómo opera la diplomacia estadunidense. A mediados de diciembre visitó el cono sur Arturo Valenzuela, subsecretario para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. En Brasil fue recibido por un funcionario de segundo rango, Marco Aurelio García, siendo desairado por el canciller Celso Amorim y por el propio Lula. En Argentina montó un circo al reunirse con la oposición y los empresarios y asumir sus críticas al gobierno, al que se empeñó en hostigar. En Uruguay el tono fue totalmente diferente. Dijo que Obama ve "con muy buenos ojos" el camino transitado por Uruguay desde el punto de vista económico y comercial y destacó la "diferenciación que tuvo del discurso antimperialista que edificaron algunos presidentes de la región".



La diplomacia imperial construye un país sospechoso dirigido por personas poco confiables (Argentina), otro con el que se mantienen excelentes relaciones (Uruguay) y un tercero (Brasil) al que se considera una amenaza. Washington parece estar diseñando para enfrentar a Brasil una estrategia similar a la que usa contra China: rodearla de conflictos.



Samuel Pinheiro Guimaraes, ministro de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de Brasil, elegido "intelectual del año" en 2006 por la unión de escritores, estableció en su libro Desafíos brasileños en la era de los gigantes (que deberíamos leer todos los latinoamericanos) que para la construcción de la unión política regional, que le permita eludir la hegemonía de Washington, es "esencial" la alianza Brasil-Argentina. Eso permitiría enfrentar los tres desafíos decisivos: resistir la absorción económica por Estados Unidos, enfrentar la intervención militar en Colombia y la Amazonia y recuperar el control sobre nuestras economías.



Un "clima de negocios" no es un dato de la realidad, es una construcción política que sirve a ciertos intereses. Tiene algún contacto con la realidad. Como señala Harvey, está íntimamente ligado al grado de sometimiento de los trabajadores: Argentina es, desde comienzos del siglo XX, uno de los países del mundo donde mayor es la insurgencia obrera. Uruguay es lo contrario, al punto que, como dijo Mujica, un presidente puede caminar tranquilo por la calle. Los planes imperiales pueden ser doblegados. El primer paso para lograrlo es comprender su estrategia.

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Lamento a Dios por Haití

Leonardo Boff (Cubadebate)

Hay un viacrucis de sufrimiento con estaciones que nunca terminan en el pequeño y pobre país de Haití. Sufrimiento en el cuerpo, en el alma, en el corazón, en la mente asaltada por fantasmas de pánico y de muerte. También hay mucho sufrimiento en todos los seres humanos que no han perdido el sentido mínimo de humanidad y de solidaridad. De esta compasión universal nace una misteriosa comunidad que anula las diferencias, las religiones, las ideologías que antes nos separaban y nos dividían. Ahora sólo cuenta la común humanitas absurdamente maltratada, que debe ser socorrida.

Con cada haitiano que sufre bajo los escombros o que muere de sed y de hambre, también nosotros morimos un poco con él. A fin de cuentas somos hermanos y hermanas de la única y misma familia. ¿Cómo no sufrir?

Pero hay también un sufrimiento profundo y desgarrador en las personas de fe que proclaman que Dios es Padre y Madre de bondad y de amor. ¿Cómo seguir creyendo? Quejosos nos preguntamos: «Dios, ¿dónde estabas cuando se formó aquel temblor que diezmó a tus hijos e hijas más pobres y sufridos de todo Occidente? ¿Por qué no interviniste? ¿No eres el Creador de la Tierra con sus continentes y sus placas tectónicas? ¿No eres Padre y Madre de ternura, especialmente, de aquéllos que son como tu Hijo Jesús los injustamente crucificados de la historia? ¿Por qué?

Este silencio de Dios es aterrador, porque simplemente no tiene respuesta. Por más que genios como Job, Buda, San Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz hayan diseñado argumentos para eximir a Dios y explicar el dolor, no por eso el dolor desaparece ni la tragedia deja de existir. La comprensión del dolor no elimina el dolor, del mismo modo que oír recetas de cocina no quita el hambre.

El mismo Jesús no estuvo exento de la angustia y el sufrimiento. Desde lo alto de la cruz lanzó un grito desgarrador al cielo, quejándose: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Damos la razón a Job, irritado con sus «amigos» que le querían explicar el sentido de su dolor: “Vosotros no sois más que charlatanes y falsos médicos: si al menos os callaseis, los hombres os tomarían por sabios”. Pero no podemos callar. Hay demasiado dolor y la noche es tenebrosa. Necesitamos alguna luz.

Aun incluso sin luz, seguimos creyendo con el corazón partido, porque estamos convencidos de que el caos y la tragedia no pueden tener la última palabra. Dios es tan poderoso que puede sacar bien del mal, sólo que no sabemos cómo. Esperanzados, apostamos por esta posibilidad que no deja que nuestras lágrimas sean en vano. Creemos además que Dios puede ser aquello que no comprendemos. Por encima de la razón que quiere explicaciones, está el misterio que pide silencio y reverencia. Él esconde el sentido secreto de todos los eventos, también de los trágicos.

Me identifico con el poema de un gran argentino, Juan Gelman, que perdió un hijo durante la represión militar:

«Padre,

desde los cielos bájate, he olvidado

las oraciones que me enseñó la abuela,

pobrecita, ella reposa ahora,

no tiene que lavar, limpiar, no tiene que preocuparse andando el día por la ropa,

no tiene que velar la noche, pena y pena,

rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,

que me muero de hambre en esta esquina,

que no sé de qué sirve haber nacido,

que me miro las manos rechazadas,

que no hay trabajo, no hay,

bájate un poco, contempla

esto que soy, este zapato roto,

esta angustia, este estómago vacío,

esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre

cavándome la carne,

este dormir así,

bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido

te digo que no entiendo, Padre, bájate,

tócame el alma, mírame

el corazón,

yo no robé, no asesiné, fui niño

y en cambio me golpean y golpean,

te digo que no entiendo, Padre, bájate,

si estás, que busco

resignación en mí y no tengo y voy

a agarrarme la rabia y a afilarla

para pegar y voy

a gritar a sangre en cuello

por que no puedo más, tengo riñones

y soy un hombre,

bájate, ¿qué han hecho

de tu criatura, Padre?

¿un animal furioso

que mastica la piedra de la calle?»

Que el Padre baje sobre el pueblo haitiano con su amor.

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