Por Atilio Boron
Leo en Rebelión del 19 de Diciembre de 2014, que un
conocido “Inspector de Revoluciones”, Guillermo Almeyra, acusa a Claudio
Katz de haber incurrido en “un peligroso traspié histórico, político y
teórico - explicable pero no justificable- por el contagioso ‘atilioboronismo’ que padece una parte de la izquierda y de los sectores académicos en Argentina.” [1]
Ya Katz se encargará de refutar con su habitual rigurosidad las
falacias contenidas en la nota de Almeyra. Concentraré en cambio mi
atención en analizar el nuevo virus descubierto, seguramente que luego
de sesudas investigaciones, por mi crítico.
Lo primero que quiero
decir es que me causa gracia la importancia que le atribuye a mi modesta
obra, capaz de “contagiar” a una parte de la izquierda y de la academia
en la Argentina. Pese al empeño puesto en acrecentar el impacto
(negativo) de mis ideas su apreciación guarda poca relación con la
realidad. Me preocupa, eso sí, el uso de la palabra “contagio” para
calificar la circulación de ideas. Es un término que usaban los
jerarcas, ideólogos y publicistas de la dictadura cívico-militar
argentina (y en general todos los regímenes fascistas de los años
setentas) en su cruenta cruzada anticomunista. Me sorprende y me
decepciona que un hombre de su larga experiencia política apele a esa
palabreja para caracterizar la difusión que puedan alcanzar ciertas
tesis y propuestas al interior del campo revolucionario. No entiendo las
razones que llevaron a Almeyra a pensar de esa manera, pero no creo que
valga la pena indagar sobre las raíces psicológicas de esta actitud.
Lo que sí quiero examinar, en cambio, es la concepción de la revolución
que subyace en los diferentes escritos de Almeyra a lo largo de muchos
años y que se manifiesta, de modo hiperbólico, en el texto objeto de
este comentario. Pese a su adhesión al marxismo su teoría de la
revolución nada tiene que ver con él. Es tributaria, en cambio, de una
perspectiva “vulgohegeliana” que la concibe como una proyección de las
ideas de algunos sujetos -a los cuales la verdad les ha sido revelada-
sobre el devenir de la historia. Muy lejos se encuentra esta perspectiva
de las tesis de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Mao, Fidel, el Che y
tantos otros, que invariablemente concibieron a la revolución como un
proceso histórico y, por eso mismo, surcado por contradicciones y
conflictos que hoy aceleran su marcha, mañana lo detienen y que jamás
sigue un curso linealmente ascendente hacia el cielo prístino de la
sociedad comunista. Bajo el influjo de los vapores embriagantes del
“vulgohegelianismo” la teoría presuntamente marxista de sus mentores se
volatiliza hasta convertirse en un teorema, como los de la geometría,
indiferente ante los avatares de la lucha de clases, con sus avances y
retrocesos y sus siempre provisorios y cambiantes resultados; impasible
también ante la asfixiante presencia del imperialismo, elementos ambos
que si bien brillan por su ausencia en esta corriente teórica
condicionan de modo decisivo el movimiento de la historia real. De
acuerdo con este teorema la revolución deja de ser el desenlace de un
largo proceso histórico para cristalizarse como una imperturbable
esencia ontológica, a la que se arriba en virtud de la potencia creadora
del silogismo. Primera premisa: el capitalismo es explotador, injusto,
inhumano y predatorio; segunda premisa: los explotados y demás víctimas
son conscientes de lo que se plantea en la premisa anterior y arden en
deseos de cambiar el sistema; y luego un feliz e inexorable corolario:
la epifanía de la revolución. La secuencia posee una coherencia lógica
incuestionable, y si la revolución no estalla es debido a la maligna
intervención de villanos, líderes o partidos, que sabotean -por cobardía
o por mezquinos intereses subalternos- las infalibles leyes de
movimiento establecidas en el teorema y que garantizan el feliz final
del proceso.
Es debido a esta concepción metafísica de la
revolución como el despliegue de una idea, como un vuelo libre de
fricciones (o como un proceso mental, diría el joven Marx mirando de
reojo a Hegel) que la ardorosa y sangrienta fragua de las revoluciones
“realmente existentes” desencanta sin remedio a los cultores del teorema
y los hace víctimas de una lamentable metamorfosis que requeriría de un
nuevo Kafka para describir sus grotescos matices. Producto de esta
sorprendente mutación los profetas de la “Revolución Teoremática”
retroceden horrorizados sobre sus pasos ante la visión de una revolución
concreta, de carne y hueso, de sangre y barro, con sus certezas y
desaciertos, y rápidamente se convierten en inapelables censores y
acérrimos enemigos de esos procesos que se desenvuelven en el mundo
real. Alguien que jamás pretendió ser un “Inspector de la Revolución”
sino un líder revolucionario dijo una vez que “una revolución verdadera,
una revolución profunda, ‘popular’, según la expresión de Marx, es un
proceso increíblemente complicado y doloroso de agonía de un régimen
social caduco y de alumbramiento de un régimen social nuevo, de un nuevo
modo de vida de decena de millones de personas. La revolución es la
lucha de clases y la guerra civil más enconadas, más furiosas, más
encarnizadas. En la historia no ha habido ni una sola gran revolución
sin guerra civil.” [2] En ese mismo texto, escrito en vísperas
de la revolución de Octubre, Lenin critica a quienes aceptarían “la
revolución social si la historia nos llevase a ella de una manera tan
pacífica, tan serena, tan suave y cuidadosa como un tren expreso alemán
llega al andén de una estación. El mozo de tren, muy digno, va abriendo
las portezuelas del coche y exclama ‘Estación Revolución Social. Todo el
mundo debe apearse’.” [3] Pero las revoluciones reales no son
así, no son un tren alemán. Las clases sociales existen, la lucha de
clases es una realidad, tanto como el imperialismo y sus infinitos
tentáculos. Es en este ambiente “increíblemente complicado” en que las
revoluciones se desenvuelven, desafiando y desmintiendo la pulcritud de
los teoremas políticos pergeñados desde la apacible soledad del
pensamiento.
Tal como lo analizáramos en detalle en un trabajo
de más largo aliento, existe en el imaginario de una cierta izquierda la
idea de que la revolución es un “acto”, emblematizado en la conquista
violenta del poder político y perdiendo de vista el proceso -prolongado,
complejo, lleno de marchas y contramarchas- que conduce a la victoria. [4]
En el célebre discurso pronunciado por Fidel en la Universidad de
Concepción, durante su visita a Chile a fines de 1971, decía que “la
revolución tiene distintas fases. Nuestro programa de lucha contra
Batista no era un programa socialista ni podía ser un programa
socialista, realmente, porque los objetivos inmediatos de nuestra lucha
no eran todavía, ni podían ser, objetivos socialistas. Estos habrían
rebasado el nivel de conciencia política de la sociedad cubana en
aquella fase; habrían rebasado el nivel de las posibilidades de nuestro
pueblo en aquella fase. Nuestro programa, cuando el Moncada, no era un
programa socialista. Pero era el máximo de programa social y
revolucionario que en aquel momento nuestro pueblo podía plantearse.” [5]
De lo anterior quisiéramos llamar la atención sobre dos cuestiones:
primero, que la revolución no es un acto súbito y único que desciende
desde los cielos para incendiar la pradera popular, para usar una
metáfora cara al joven Marx. Se trata de un proceso, que, recordaba
Fidel, “tiene fases” signadas por avances y retrocesos, lo que hace
saltar por los aires los teoremas que la conciben como un acontecimiento
sencillo, “químicamente puro”, incontaminado por las circunstancias
históricas concretas que la tornan posible. [6] Por eso Lenin
siempre aconsejaba a los revolucionarios que estuvieran muy atentos para
descifrar los signos premonitorios de un posible comienzo de una
revolución, que casi invariablemente se pone en marcha a partir de
circunstancias a primera vista carentes de significación
“histórico-universal”, para aludir al Hegel verdadero. Un tumulto por el
aumento del precio del pan en un barrio parisino desencadena una serie
de procesos que culmina en la gran Revolución Francesa; la represión de
una pacífica marcha obrera organizada por el cura Gapón en Enero del
1905 en San Petersburgo termina en el llamado “Domingo Sangriento” y el
comienzo de una serie de reformas políticas que madurarían doce años
después con el derrocamiento del zarismo; un desembarco –un naufragio,
diría con sorna el Che- en las costas de Cuba de un grupo de
guerrilleros a bordo del Granma da comienzo a la guerrilla de Sierra
Maestra y años más tarde a la instauración del socialismo en Cuba. Estos
ejemplos bastan para persuadirnos de que la marcha de la revolución es
más trabada e incierta de lo que ansían los “vulgohegelianos”, lo que
provoca su impaciencia primero, su ira después y finalmente su
irreconciliable oposición, para beneplácito de la derecha y el
imperialismo. Segundo, que el nivel de conciencia política de las masas y
sus posibilidades reales de lucha no son atributos fijos, deducibles
lógicamente de las contradicciones del modo de producción capitalista,
sino resultados contingentes que reflejan el grado de organización del
campo popular, el desarrollo de la conciencia revolucionaria y la
eficacia de la estrategia y tácticas empleadas por los partidos y las
organizaciones populares de izquierda para acumular fuerza política y
capacidad de movilización. Ergo, son productos históricos y no
abstracciones silogísticas que pueden asumirse como existentes a partir
de supuestos apriorísticos.
Para resumir: los cultores del
Teorema de la Revolución padecen de una pertinaz miopía para tomar nota
de la lucha de clases en su convulsionada concreción y de una incurable
ceguera para percibir -¡ni digamos explicar!- el fenómeno del
imperialismo y su profunda, insoslayable, inserción en la dinámica
económica, social y política de los países de Nuestra América. Esto hace
que estos modernos Torquemadas descarguen toda su furia contra las
revoluciones, pasadas y presentes, que en sus recorridos y en sus
desempeños no guardan relación alguna con lo que ellos imaginaran. Eso
termina convirtiéndolos en implacables enemigos de la revoluciones en
Rusia, China, Vietnam, Cuba, Nicaragua y, más tarde, de los procesos
revolucionarios en curso en Bolivia, Ecuador y Venezuela, llevando agua
al molino de la reacción y el imperialismo que por supuesto aprovechan
de sus servicios para escarnecer y atacar, desde posturas supuestamente
de izquierda, a quienes tratan de crear un mundo mejor. Mientras tanto, a
los Inspectores se les escapa la vida en interminables elucubraciones
sobre la coherencia lógica de sus silogismos políticos, lo que origina
toda suerte de reyertas doctrinarias y polémicas interpretativas que
precipitan un torrente interminable de cismas y fraccionamientos en
partidos, sindicatos y todo tipo organizaciones, todos causadas, en
última instancia, por la rebeldía de la historia que no se ajusta a sus
especulaciones pseudorevolucionarias. Su absoluta esterilidad en la
producción de acontecimientos históricos y su espectacular inasistencia
en todos los procesos revolucionarios desde 1917 hasta la fecha no es
óbice -a causa de la soberbia intelectual que suele acompañar quienes
cultivan esta clase de pensamientos- para sentirse con autoridad moral y
política para “enseñarles” a hacer la revolución a quienes la están
haciendo, la hicieron o intentaron hacerla. Pero las revoluciones
reales, no las imaginadas, nada tienen que ver con aquel tren expreso
alemán que marcha sobre rieles, no encuentra obstáculos en su
trayectoria y la llegada a destino se cumple tal cual estaba
cronometrado. No hay rieles, los obstáculos son interminables y la
llegada a destino está signada por la incertidumbre y la
indeterminación. Es en las revoluciones donde se corrobora la verdad de
aquella afirmación de Marx que decía que la violencia era la partera de
la historia. Violencia, porque tanto las clases dominantes como el
imperialismo jamás van a aceptar de brazos cruzados que los “condenados
de la tierra” pretendan cambiar el orden social y como lo prueba hasta
la saciedad el registro histórico –especialmente en América Latina-
apelarán a todos los métodos posibles, por más crueles y criminales que
sean, para asegurar la defensa de sus intereses y la preservación de sus
privilegios. Pero quienes viven apresados en las brumas del
“vulgohegelianismo” creen que sí, que la revolución es como ese viaje en
un tren alemán y que si ellas no son como fueron imaginadas es por la
traición del maquinista. Por su “doctrinarismo pedante”, como lo llamaba
Antonio Gramsci, creen que desde el Olimpo en el que habitan pueden
darles lecciones de revolución a Fidel y a Raúl; al Che y a Chávez; a
Lenin y a Ho Chi Minh; a Mao y a Lumumba; a Evo y a Correa; a los
sandinistas y a Allende, y lo que los habilita también para erigirse en
sus inapelables inquisidores. En su tiempo tanto Marx como Engels
tuvieron que vérselas con esta clase de revolucionarios. El segundo les
ofreció varios consejos, entre ellos uno muy importante: “no conviertan
su impaciencia en un argumento teórico.” Nunca lo escucharon. Almeyra
tampoco.
Fuente: Rebelión.org (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=193457)
El tren alemán y el Teorema de la Revolución
¿Del bloqueo a Cuba al bloqueo del ALBA?
Rafael Bautista S. |
Si el
propósito del bloqueo a Cuba fue aislar a esa revolución y, de ese modo,
condenarla a la inanición; el reciente anuncio de apertura de
relaciones bilaterales entre USA y Cuba, ¿es el fin del bloqueo o el
anuncio de uno nuevo? Porque a partir de la caída del precio del
petróleo, la nueva contraofensiva occidental (contra los BRICS)
contempla un nuevo bloqueo en ciernes; no se trata sólo de una guerra
declarada contra Rusia e Irán, sino también contra Venezuela (y, en
definitiva, contra el ALBA). Como consecuencia del desplome inducido del
petróleo, la revolución bolivariana parece perfilarse hacia otra
inanición, coadyuvada esta vez por una jugada geopolítica maestra de
Washington; pues el discurso antimperialista de Maduro se desinfla una
vez que Cuba “normaliza” sus relaciones con el Imperio.
En toda
jugada estratégica, hay siempre un tercero, pero en el caso presente, ya
no se trata sólo de Venezuela sino de todo el ALBA, pues esta decisión
no sólo descoloca a los gobiernos de la región sino que nos muestra que,
en definitiva, más allá de la retórica integracionista, prima demasiado
la sobrevivencia propia. Desgraciadamente esa es la tónica en toda
nueva reconfiguración geopolítica global; todo se trata de sobrevivir en
un nuevo orden. Eso lo sabe muy bien el Imperio, por eso prefiere la
bilateralidad y no tratar con bloques conjuntos (que era a lo que
apuntaba la creación del ALBA). Más allá del triunfo moral que
representa, para la isla, la admisión del fracaso de la política gringa
con respecto a Cuba, llama la atención el desconocimiento que los
gobiernos del ALBA tenían al respecto y, más aun, el “oportuno” anuncio
de Obama, en medio de dos cumbres latinoamericanas importantes. Aunque
no significa el fin del bloqueo a Cuba, en las palabras del presidente
Maduro –en el MERCOSUR– se podía conjeturar lo bloqueada que quedaba,
con esa decisión, Venezuela (¿será que para desbloquearse hay que
bloquear a otro?).
Para
colmo, el silencio de Fidel hace más incómodo el asunto (¿también habrá
sido sorprendido como lo fue Maduro?); pues si ya se sabía del
pragmatismo político que venía mostrando el gobierno de Raúl Castro,
nadie podía sospechar un acuerdo de tal magnitud y, sobre todo, envuelto
en medio de una guerra híbrida que patrocina Washington, valiéndose de
toda su infraestructura financiera global. ¿Se precipitaron los
presidentes o todo formaba parte de una estrategia que preparaba USA
después de que China le arrebatara la iniciativa del libre comercio en
el Pacífico? Recordemos que el reciente “Foro de Cooperación Económica
Asia-Pacífico”, culminó con la creación del “Área de Libre Comercio
Asia-Pacífico”, donde China sienta hegemonía incluso con los países del
TPP y de la Alianza del Pacífico (bastiones de USA contra el ascenso
chino).
Si en toda
recomposición geopolítica global, todo se trata de sobrevivir,
pareciera que la apuesta cubana se precipita y es subsumida por la
geopolítica imperial, que no considera favorable a sus intereses una
franca integración económico-política de Latinoamérica. Bolivia también
anunció una reanudación de relaciones diplomáticas con USA, dejando
incómoda a una Venezuela que se verá también en la necesidad de pelear
por lo suyo. Si es así, ¿en qué queda el ALBA, la CELAC, la UNASUR y el
MERCOSUR? Si no hay una clara perspectiva geoestratégica, todas podrían
quedar refuncionalizadas bajo las prerrogativas de una nueva
recomposición hegemónica imperial. Nadie objeta la repatriación de los
héroes cubanos o el cese de hostilidades, pero lo que se quiere subrayar
es que la supuesta apertura no es ajena a la contraofensiva reciente
que ha desatado USA y la OTAN contra los BRICS, el grupo de Shanghai, el
ALBA y todo bloque hostil a la supremacía gringa. Y Venezuela es, en la
mirada imperial, el eslabón decisivo para iniciar una ofensiva contra
toda la región. No sólo se le quita el sostén económico a la revolución
bolivariana (con la caída el precio del petróleo) sino también el sostén
discursivo (pues su antimperialismo se queda sin su mejor argumento).
Las
reacciones de nuestros países han sido demasiado ingenuas y, por lo
dicho, no sólo ha descolocado a todos sino que ha logrado desunirlos.
Venezuela resulta la más afectada pero, si no hay un serio balance de
situación geoestratégica (que sólo podría ser común), esa afectación
podría expandirse a todo el conjunto ahora en desequilibrio. Como en los
episodios anteriores (el golpe a Honduras, o el secuestro del avión
presidencial boliviano), nuestros países todavía no sopesan la magnitud
de las apuestas de recomposición geopolítica que asume el Imperio; pues
al no consolidar una efectiva comunidad político-económica, cada una
sigue velando por su estabilidad de manera unilateral. Esa es la mejor
forma de arrinconar a nuestros países a una suerte de sobrevivencia
marginal, sin nunca consolidar una unión efectiva. Esa ausencia alimenta
las pretensiones imperiales. La apuesta del gobierno cubano es
sumamente pragmática: ante un eventual recorte de ayuda venezolana
(debido a la inestable situación de su economía), opta por una
normalización de las relaciones, lo cual conduciría a la apertura
comercial y ello, a una peligrosa asimilación vertiginosa al mercado
norteamericano. Lo que no pudo el bloqueo bien podría lograrlo el
comercio: liberalizar la economía para disolver la revolución.
Fue en la
reunión del MERCOSUR que se notó la incomodidad que produce un anuncio
que desinfla uno de los argumentos bandera del anti-imperialismo
latinoamericano. También hay que recalcar que, al no actualizar, de modo
estratégico, el discurso anti-imperialista, éste se encuentra a merced
de la pura nostalgia sin repercusión decisiva en el presente. La sola
insistencia de la condena al bloqueo fue la carta que le sirvió al
Imperio para desinflar el anti-imperialismo de nuestros gobiernos,
dejando sin argumentos a los presidentes que no pudieron hacer otra cosa
que saludar las declaraciones del presidente Obama. En eso hay que
destacar la casi nula perspectiva geopolítica que nuestros Estados
manifiestan y que les impide diagnosticar de mejor modo la transición
hacia un mundo multipolar (que podrían direccionar regionalmente hacia
la cero-polaridad, más pertinente al Sur global). Parece que el episodio
del secuestro del avión presidencial boliviano sirvió de muy poco, pues
la nula respuesta de carácter estratégico que muestran nuestros países
ante las arremetidas imperiales, no hace sino constatar, para desgracia
nuestra, que nuestros gobiernos son todavía incautos en materia
geopolítica.
Los
términos que enuncia la declaración del gobierno cubano, guarda los
amargores que representa el haber vivido el “periodo especial” y, sobre
todo, el haber vivido aquello solitariamente. Cuando toda la OEA le dio
la espalda a la revolución cubana, ésta persistió heroica, sin más apoyo
que el que pudo encontrar en la ex URSS. Cuando sucedió la crisis de
los misiles, y el mundo estaba al borde de una guerra nuclear, Cuba fue
el chivo expiatorio que cargó con todas las penas, pues gringos y
soviéticos negociaron todo, a espaldas de la más afectada, que se quedó
para siempre estrangulada y, sin embargo, sobrevivió. Y sobrevivió
inspirando la liberación de nuestros pueblos.
Desde
entonces la liberación se entendía no como una apuesta aislada sino
mancomunada. Ese fue el legado de Fidel y, cómo no, de Hugo Chávez.
Desde Bolívar esa fue la única posibilidad efectiva de independencia
hemisférica. Por eso preocupa que la unidad se vea menguada por gambetas
geopolíticas que descolocan de tal modo a nuestros países, que la
reacción que pueden ofrecer muestra la pervivencia de estructuras
coloniales aun en los estamentos revolucionarios.
Aunque el
bloqueo se levantara, otro bloqueo parece estar en ciernes, pero ya no
sólo contra Venezuela. No hay que olvidar que la política norteamericana
no es decidida por el presidente sino por el complejo
petro-militar-financiero; estando el Congreso en manos del Oil Party,
podría producirse un acuerdo como parte de un canje propuesto entre
lobbies que acechan la Casa Blanca: “cedemos” Cuba pero recapturamos
Venezuela y su petróleo. Deslegitimar la revolución bolivariana forma
parte de las guerras híbridas, es decir, guerras no convencionales que
inciden en guerras de desinformación, ciberguerras y la promoción de los
letales “caos constructivos”.
Aunque el
bloqueo a Cuba formaba parte de la guerra fría, una vez acabada ésta y
balcanizada la ex URSS, el bloqueo persiste, pues éste no servía sólo de
escarmiento sino significaba la prevalencia de la Doctrina Monroe. El
anuncio que hizo John Kerry, a propósito el fin de tal doctrina, no hizo
sino confirmar su actualidad en la política exterior norteamericana
(desde Madeleine Albright hasta Hilary Clinton, uno puede leer entre
líneas el Destino Manifiesto que funda el excepcionalismo gringo).
No sólo la
creación de la Alianza del Pacífico sino otras instancias han venido
mostrando la insistencia norteamericana en minar toda posibilidad de
independencia regional. Lo más inmediato es mermar la influencia china.
En el Caribe, la presencia china es preocupante para USA (sumado a ello
la influencia rusa); por eso una recaptura estratégica del Caribe se
hace necesaria, y nada mejor que la cobertura mediática de la
reanudación de relaciones con Cuba. Se trata de una contraofensiva
geopolítica. USA no puede renunciar a su Mediterráneo, es decir, el
Caribe. Como tampoco Obama se puede permitir ser considerado como el
presidente que perdió a Latinoamérica. Si el partido republicano,
considerado el Oil Party, no ve con buenos ojos el anuncio de Obama,
otro tipo de financiadores de la política norteamericana (ligados a los
demócratas) aplaude la decisión, pues se trata siempre de la expansión
del capital; por eso Thomas Donohue, quien es presidente de la Cámara de
Comercio, resalta, en términos que suenan a los prolegómenos de los
acuerdos de libre comercio que, “un diálogo abierto e intercambio
comercial entre sectores privados de ambos países generará beneficios
comunes”, y termina señalando que “la comunidad empresarial de Estados
Unidos da la bienvenida al anuncio de hoy”.
Al
parecer, bajo sofisticadas estratagemas de política exterior, se están
detonando armas de destrucción masiva que, en medio de la nueva
reconfiguración planetaria, se busca asegurar áreas estratégicas para la
recomposición de la economía norteamericana (el poder militar es apenas
un apéndice del poder real, aquél se encarga de crear las condiciones
para la reproducción del dólar). Si de la reanudación de las relaciones
entre USA y Cuba se produjera un distanciamiento con los demás países el
ALBA, se confirmaría la intención del juego norteamericano. Aislando a
Venezuela, los demás no correrían mejor suerte; como ya se viene
diciendo: donde no haya procesos de regionalización económica sucederán
inevitablemente procesos de balcanización.
Lo que se
proponía el ALBA, con Chávez y Fidel, era la mancomunidad de esfuerzos
para iniciar un proceso de independencia política y económica conjunta.
Cuba fue tenaz y fue ejemplo; y cuando aparecieron Chávez, Kirchner,
Evo, Correa, Lula, Pepe Mujica, etc., en palabras de Fidel, la isla ya
no era más isla. La integración parecía asegurada mientras el Imperio se
encontraba acorralado en Medio Oriente. Ahora que la aislada es
Venezuela, ¿cómo se puede sostener una integración si, por sobrevivir, y
a cualquier precio, empieza a cundir el bilateralismo, pertinente
siempre al dominio imperial? Con China se había logrado un foro
permanente con la CELAC, es decir, una novedosa agenda de relaciones
comerciales y económicas entre la región y China, de forma simultánea;
lo cual parecía dejar atrás la historia de negociaciones bilaterales
siempre funcionales al Imperio (aislados somos fáciles de dominar), pues
la asimetría constituye siempre el factor insalvable para nuestros
países.
El desplome del precio del petróleo tuvo su impacto en las alternativas
que se le presentaba al gobierno cubano; el deterioro de la economía
venezolana aparece como una sombra nada halagüeña para la isla: si los
venezolanos también optasen por sobrevivir, a toda costa, los cubanos
también saldrían afectados. Nos encontramos ya en medio de una guerra
fría, donde la guerra económica se expresa en el desplome deliberado del
precio del petróleo; sólo los ingenuos en geopolítica no se dan cuenta
que el precio del petróleo ha sido siempre político. Y lo que sucede
actualmente no es producto de los vaivenes de la oferta y la demanda
sino de la manipulación de la mano del mercado, que no es invisible sino
bien visible y bien armada.
El mundo
post-Crimea obliga a la decadente potencia unipolar a realizar un
retroceso táctico y hacer uso de su infraestructura financiera global.
Pero los riesgos son considerables. La ofensiva multidimensional
desatada contra Rusia, agravada por la caída del precio del petróleo,
que está seriamente dañado el equilibrio presupuestario de países como
Irán y Venezuela (sólo Qatar y los Emiratos Árabes podrían sobrevivir
con un crudo por debajo de los 70 $US), parece formar parte de una
declaración de guerra que USA y la OTAN anuncian al mundo entero: el
mundo no será repartido.
Financieramente
el mundo es rehén del dólar, desde que el binomio dólar-petróleo ha
sido el sostén del orden mundial desde Bretton Woods, pero desde que el
petróleo ha ido retornando a manos nacionales, el orden ya no es más
orden y el actual desorden desregulado del mercado petrolero es lo que
está originando, en gran medida, la incertidumbre planetaria. Todas las
arremetidas imperiales tratan de desordenar todo para imponer un orden
mucho más vertical, que se traduciría en un nuevo mapa energético; el
TLCAN es una muestra de ello, pues sobre aquella integración de USA,
Canadá y México (sobre todo por el petróleo del Golfo y del norte del
país azteca), se trataría de sostener la estabilidad energética
norteamericana.
La
estrategia gringa consiste en controlar áreas estratégicas de acceso
privilegiado a fuentes energéticas, lo cual le brinda poder disuasivo
ante otras potencias. Contrarrestar el ascenso chino es combinado con
una guerra multidimensional contra una Rusia económicamente vulnerable
(aunque ya cotiza el gas y el petróleo en otras monedas, lo cual le hace
menos dependiente del dólar); al igual que otras economías que,
curiosamente, conforman la lista gringa de países hostiles (es difícil
que Venezuela y Ecuador sostengan su presupuesto fiscal con los actuales
precios del petróleo). Pero esta guerra económica que promueve USA
tiene también consecuencias negativas en su propia producción que,
gracias a los hidrocarburos no convencionales, le garantiza (aunque
discutible) autosuficiencia.
Pero la
arremetida contra el ALBA, su fracturación, tiene que ver con un otro
asunto que empieza a cobrar relevancia. Desde el 2006, USA viene
promoviendo y preparando (en el TLCAN) las condiciones de la transición
hacia una nueva moneda, ante el probable y posible apocalipsis del
dólar. Pues para paliar la descomunal deuda gringa (que oscila por sobre
el 600% de su PIB) y cuando los gastos militares superen los ingresos
de la propia Reserva Federal, produciendo el estallido de la burbuja del
dólar, USA –se dice– adoptará el amero, mientras congele los dólares
del mercado global. Esto conduciría a un colapso del sistema financiero
y, en definitiva, al colapso de la economía mundial. Mientras el mundo
se venga abajo con todos sus dólares, USA podría imponer un nuevo patrón
monetario sostenido por el colchón energético del TLCAN, además de la
recoptación financiera de las economías del Sur.
El bloqueo
sería regional y supondría una sangría de nuestras economías mucho más
inaudita. En toda reconfiguración geopolítica global, todo consiste en
sobrevivir, incluso el Imperio pugna por aquello. Sobrevivir a costa de
los demás parece ser su apuesta, por eso la guerra se convierte en una
disposición latente de las potencias decadentes, como muestra de su
insana resistencia a un nuevo orden global mucho más democrático. El
ultimátum de los halcones straussianos, ahora que el Congreso
norteamericano está en control del Oil Party y el lobby financiero,
suena más amenazante que nunca: “si USA cae, haremos que el mundo entero
caiga con nosotros”. Parece que a Latinoamérica le ha tocado, en esta
transición civilizatoria postcapitalista, enfrentar el desafío de su
definitiva independencia. Eso convierte a la región en factor decisivo
en la nueva geopolítica mundial. Las condiciones objetivas están dadas.
Falta saber si las condiciones subjetivas de la dirigencia de nuestros
procesos estarán a la altura de la definición de este culminante momento
histórico.
La Paz, Bolivia, 21 de diciembre de 2014
Fuente : Alainer.org (http://alainet.org/active/79714)
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Fuente : Alainer.org (http://alainet.org/active/79714)
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