"La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento".
José Carlos Mariátegui
--> SOBRE LA COLUMNA IZQUIERDA RECORRE LOS ALTERMEDIOS, CONOCE LO QUE NO APARECE EN LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN.<--

La Demolición de Canada

Por Alberto Robilotta
Publicado en Alainet  http://alainet.org/active/51796&lang=es


La gran crisis del capitalismo está permitiendo a la plutocracia financiera dominante destruir una a una todas las grandes conquistas socioeconómicas de los pueblos. Parecería que nada puede resistir a esa brutal aplanadora que cotidianamente deja un tendal de desempleados y excluidos. Y Canadá no es una excepción.


En Canadá el 2011 terminó y el 2012 comienza con dos importantes cierres patronales (lock-out) para cortar los salarios y destruir a los sindicatos. El primer lock-out es el de la empresa Electro-Motive Canadá de London, provincia de Ontario, una filial de la transnacional Carterpillar de Estados Unidos (EE.UU.) que exige de sus 420 trabajadores la aceptación de una baja de 50 por ciento en el salario, las pensiones y beneficios. El segundo lock-out es en la fundición de la transnacional minera Río Tinto Alcan en Alma, provincia de Québec, donde 780 trabajadores fueron impedidos de entrar al trabajo después de semanas de negociaciones infructuosas para renovar el contrato colectivo de trabajo, que expiró el domingo pasado.

 
Ambos casos no sorprenden. La baja de salarios y de las pensiones, y el debilitamiento o la demolición de los sindicatos se han convertido en la norma en Canadá bajo el gobierno del primer ministro conservador Stephen Harper, que además ha limitado –por no decir eliminado- el derecho de huelga en el sector público federal y en el sector privado de registro federal, como fue evidente durante la reciente intervención del gobierno para poner fin a las huelgas en Correos Canadá –una empresa autónoma- y en Air Canadá, una empresa privada.

 
El año comienza, si uno sigue los titulares de los grandes diarios canadienses, como el Globe an Mail (G&M), con el recordatorio de que en las primeras tres horas del 2012 los ricos empresarios o ejecutivos ya ganaron el equivalente del salario anual promedio de un trabajador en el 2010 (1), o sea 44 mil 366 dólares canadienses (el dólar canadiense está casi en paridad con el estadounidense), y que el ingreso promedio de los “grandes jefes de empresas” en el 2010 fue equivalente a 189 salarios anuales del trabajador promedio, o sea de ocho millones 385 mil dólares, según los cálculos del Centro Canadiense para Políticas Alternativas (CCPA, en su sigla en inglés). Por su parte el Toronto Star, diario de mayor circulación en el país, destaca la misma información, enfatizando que en el 2010 los 100 ejecutivos mejor pagados del país se concedieron un aumento del 27 por ciento, mientras que el trabajador canadiense promedio solo logró un alza de 1.1 por ciento, o sea menos que la tasa de inflación.


Implantando la desigualdad a marcha forzada


Para quienes han vivido en Canadá durante las últimas cuatro o cinco décadas, como es el caso de quien esto escribe, es visible y palpable la rápida demolición a partir de mediados de los 90 y con una fuerte aceleración desde mediados de la década pasada, cuando los conservadores de Harper llagaron al gobierno, de un sistema que había alcanzado - entro de las economías capitalistas avanzadas-, niveles de igualdad más comparables a los países nórdicos de Europa que a los de EE.UU., como es constatable en las gráficas que miden el “índice Gini” en las últimas tres décadas de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).


El último informe de la OCDE sobre el aumento de la desigualdad en los países miembros (2) revela que desde mediados de los años 90 del siglo pasado se agranda la brecha entre ricos y pobres en Canadá: El tope de la pirámide canadiense, el uno por ciento de los ricos, vio pasar su parte de los ingresos totales del país de 8.1 por ciento en 1980 a 13.3 por ciento en 2007, y la parte de la riqueza que se apropian los más ricos, el 0.1 por ciento, pasó del dos al 5.3 por ciento.


En gran medida esto se explica por la baja de impuestos que favorece a los más ricos: la tasa marginal sobre los ingresos personales que impone el Estado federal bajó 14 por ciento: de 43 por ciento en 1981 pasó a 29 por ciento en 2010, según las cifras de la OCDE.



En cuanto las grandes y medianas empresas canadienses y extranjeras establecidas en el país, que según la agencia Estadísticas Canadá tienen atesorados en reservas y depósitos bancarios más de 583 mil millones de dólares canadienses y 276 mil millones en divisas extranjeras – lo que significa un aumento del 9.0 por ciento desde el 2010 y del 27.3% desde el 2007 -, en el 2012 y por quinto año consecutivo recibirán una baja de su tributación federal, un regalo de dos mil 850 millones de dólares del gobierno conservador de Harper.


En efecto, en el 2012 se aplicará un recorte de 1.5% a la tributación de las empresas, que de esta manera tributarán una tasa del 15.0%, o sea 7.5 por ciento menos que en el 2007, y 15.0 por ciento menos que en la década de los 90.

 
Como se pregunta el economista Jim Stanford, del sindicato de Trabajadores Canadienses del Automóvil (CAW, en su sigla en inglés), ¿por qué razón en tiempos de déficits fiscales el gobierno se endeuda aun más para aumentar los flujos de capital de empresas que no están invirtiendo en la economía el capital sobre el cual están sentadas?

 
La creciente desigualdad de ingresos en Canadá se debe en gran medida a la combinación de varios factores, y en particular a la liberalización comercial que comenzó con el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos (EE.UU.) a finales de los 80 y fue ampliado a México (el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN) en los 90. Esta liberalización comercial condujo directamente a la aplicación de las políticas de “flexibilización” del mercado laboral, o sea al combate contra los sindicatos para eliminar los contratos colectivos laborales que aseguran el empleo a tiempo completo, a la reducción de salarios, pensiones, beneficios marginales y condiciones laborales, y a la instauración del “trabajo independiente”, que como señala el informe de la OCDE sobre Canadá “incrementa la desigualdad de ingresos” porque los trabajadores “autoempleados” en general ganan menos, no tienen pensión asegurada ni tampoco gozan de beneficios marginales.


En otras palabras, en una economía capitalista la sindicalización asegura mejores salarios para los trabajadores adherentes, pero también impulsa el aumento del salario mínimo. La eliminación de los sindicatos, el objetivo de la política neoliberal, es para reducir los salarios, las pensiones y empeorar las condiciones laborales.


Craig Riddell, economista especializado en asuntos laborales de la Universidad de Colombia Británica, afirma que el 20 por ciento de la desigualdad en materia de ingresos que se produjo en las últimas décadas en Canadá puede ser atribuida “a la baja de la densidad sindical”, y agrega que esto es particularmente constatable en el sector privado, donde la baja de “densidad sindical” ha sido mas pronunciada.



Al papel de los sindicatos en la reducción de la desigualdad de los ingresos se han unido, históricamente, las medidas de redistribución del ingreso adoptadas a mediados de la década de los años 30 para combatir la Gran Depresión, incluyendo la tributación progresiva y las políticas de pleno empleo – el llamado Estado benefactor -, políticas estas que han sido o están siendo abolidas en las naciones del capitalismo avanzado donde están siendo aplicados los programas de austeridad para “reducir” los déficits fiscales.



De ahí la importancia del decreciente papel del Estado en la redistribución de la riqueza a través de la fiscalidad: Hasta mediados de los años 90, según la OCDE, el sistema tributario y de redistribución fiscal canadiense era tan efectivo para contrarrestar la desigualdad como los existentes en los países Nórdicos de Europa, logrando compensar más del 70 por ciento de la desigualdad por los ingresos provenientes del mercado (ganancias bursátiles, etcétera). El efecto de la redistribución ha declinado desde entonces y ahora “los impuestos y los beneficios solo compensan menos del 40 por ciento del aumento de la desigualdad”.



De Canadá al AcáNada

 
En el diario G&M del pasado 16 de diciembre el académico canadiense Gerald Caplan alerta, en un articulo titulado “Be very afraid: Stephen Harper is inventing a new Canada”, que hay que temer mucho el “nuevo Canadá” que el primer ministro Harper “está inventando” desde que llegó al gobierno en el 2006, y que ya “ha transformado dramáticamente el viejo Canadá”.


Caplan destaca que en Harper se ve la “naturaleza de los verdaderos creyentes e ideólogos que creen que cualquier medio justifica sus sagrados fines”, y retoma lo expresado por el analista canadiense Laurence Martín –del G&M-, de que al igual que los conservadores estadounidenses de quienes los ‘harperitas’ tienen tanta envidia, nuestro gobierno ha fabricado una nueva realidad que está imponiendo al pueblo canadiense.


El elemento central de la “nueva realidad” es la repudiación, cuando no le conviene al gobierno, de cosas tan “irrelevantes como las evidencias, hechos concretos o la racionalidad”, y después enumerar ejemplos bien concretos a partir de acciones ministeriales, Caplan enfatiza que los “valores (del Canadá de Harper) exigen cambios fundamentales en nuestro proceso de gobierno, como el ataque directo de los sindicatos, las medidas sin precedentes adoptadas para silenciar a las organizaciones no-gubernamentales, la mordaza de los ostensiblemente independientes supervisores federales, y el desprecio de décadas de valiosa diplomacia canadiense en la ONU.


“El nuevo Canadá es un lugar donde se le ha dado al militarismo un más preciado lugar que a las operaciones para mantener la paz”, y cita a Martín, para quien “bajo Stephen Harper el gobierno devino totalmente intrusivo () Los controles de Estado están ahora en el punto máximo de toda nuestra historia moderna. Y todas las indicaciones muestran que seguirán extendiéndose”.


Cualquier observador de la política canadiense puede constatar el desprecio manifestado por el actual Ejecutivo hacia el Parlamento; el cambio radical en materia de política exterior para alinearse con las políticas más agresivas de EE.UU. e Israel; la salida del Tratado de Kioto para torpedear cualquier avance destinado a frenar el recalentamiento global; la conclusión de tratados y acuerdos (como el relativo al perímetro de seguridad continental con EE.UU.) negociados sin consultas y a espaldas del Parlamento, entre otras muchas cosas más.

 
La lista es larga, y como escribe el analista Campbell Clark al hacer un balance del 2011 (G&M, 28 de diciembre 2011) “en un año en el que el mundo fue sacudido por la crisis financiera y las insurgencias árabes, también sufrió cambios la posición de Canadá. Antes de salirse del campo de batalla en Afganistán, en julio, (el gobierno) se unió a la guerra aérea en Libia. Al terminar (esta guerra) el señor Harper cantó victoria, y prometió que los militares estaban listos para más (misiones). (Harper) bloqueó parte de la declaración de la reunión de los lideres del G8 que exhortaba a negociaciones de paz en Israel, y resistió a la mayoría (de la Asamblea General) de Naciones Unidas al oponerse vocalmente al pedido de reconocimiento de un Estado palestino”.


Entre las instituciones canadienses que peligran, porque los conservadores no aceptan criticas ni mención de otra opinión que la gubernamental, está la emisora pública Radio-Canadá/Canadian Broadcasting Corp.


El 2012 también comienza en este Canadá de Harper con la iniciativa gubernamental para establecer, dentro del ministerio de Relaciones Exteriores, la Oficina de Libertad Religiosa (OLR), vista por analistas como otro signo del viraje conservador en materia de política exterior, y sin duda uno que entrelaza de manera sólida al gobierno conservador canadiense con los movimientos religiosos con posiciones muy conservadoras en el país y el extranjero. La OLR, según el G&M, podrá criticar públicamente a los “regímenes” que maltraten a las minorías religiosas, y sin necesidad de pasar por los filtros moderadores de la diplomacia ni expresar la posición del Parlamento.



En el “viejo Canadá” de la democracia liberal en un capitalismo bastante regulado, con sus muchos defectos que siguen vigentes o se agravan aun más bajo el gobierno de Harper, como la terrible situación de muchísimas comunidades indígenas, había empero muchas cosas positivas porque en el marco de América del Norte era la única sociedad relativamente igualitaria, progresista, afable, tolerante social y políticamente.



País de instituciones respetadas y respetables, con un Parlamento vibrante por el respeto de la división de poderes, del procedimiento legislativo y la vigencia de la oposición, con una política exterior con una que otra arista de independencia, ese Canadá está siendo arrasado por un gobierno que, al final de cuentas y más allá de los taparrabos usuales, retórica populista, cuestiones morales o religiosas, está sin vergüenza alguna al servicio directo de intereses económicos privados. ¿Cuáles?: Los principales son las compañías petroleras que explotan el sucio petróleo bituminoso de Alberta y quieren acceder a explotar el petróleo y el gas natural en las aguas de Ártico para abastecer el mercado estadounidense; las compañías mineras y de transformación de metales que explotan yacimientos de oro, plata, cobre, cinc y demás minerales en todos los continentes, y particularmente en América latina; de los intereses de grandes bancos de depósitos e inversiones canadienses, como el Bank of Nova Scotia (Scotiabank), para citar uno que tiene tentáculos en casi toda América latina.



Notas

(1) El CCPA utiliza las cifras del 2010 porque no estaban disponibles las del 2011.

(2) OCDE: http://www.oecd.org/document/10/0,3746,fr_2649_33933_49147850_1_1_1_1,00.html

- Alberto Rabilotta es periodista argentino.




















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Los intelectuales y el proceso político argentino

Un análisis del lugar que los hombres y las mujeres del “mundo de las ideas” tienen en las re-configuraciones políticas, en particular en el proyecto propuesto en este país desde 2003. El rescate de los intelectuales orgánicos y el rechazo al elitismo conservador.
Por Roberto Follari* (APM)

Alguna vez aventuró Sartre que todo intelectual es un traidor en potencia. No lo decía en vano: la figura del intelectual, como supuesta voz crítica puesta por encima de la de los comunes mortales, evoca una soledad aristocrática muy poco solidaria. El intelectual cree que es dueño del concepto, aun cuando, si no hay historia, no hay concepto de la misma; lo cual quiere decir que si no hay concreta lucha de los sectores populares, mal podría haber alguna teoría referida a esa lucha.
Es interesante cómo se lo pensó en el siglo XIX desde Europa: la teoría revolucionaria como “forma teórica” de la práctica de los sectores sociales dominados. Es decir, la teoría como cristalización conceptual de la conciencia colectiva, nunca como pretendida razón que se cierra sobre sí misma, o que se “inventa” al interior de los espacios académicos.
Esto no debe implicar ningún desprecio por la teoría; alpargatas sí, libros también. La amalgama de práctica y teoría es lo que hace fecundo un movimiento histórico, y cierto desprecio argentino por el valor de la teoría no debe ser aceptado: sin ella, la práctica se hace ciega, y como dijera un gran revolucionario, “nada hay más práctico que una buena teoría”.
Esto lo explicitó muy bien aquel gran pensador italiano, Antonio Gramsci, cuando presentó su teoría de la hegemonía. Él decía que sin intelectuales un proceso político de rebeldía contra el sistema, no podía funcionar. Pero no porque ellos deban dirigir los movimientos, ni porque inventen sus posturas desde la nada; sí porque, en la medida en que efectivamente trabajen orgánicamente con los sectores populares, ayudan a que éstos puedan hacer concepto de su práctica dispersa, de su experiencia fragmentaria. Los intelectuales no inventarían, pero sí coordinarían y ayudarían a pensar las prácticas sociales. Y esto es sin dudas así, pues cuando han faltado -fue el sonado caso posterior a la revolución mexicana- ha sido posible sumir a los sectores subordinados en el silencio, la atomización y la imposibilidad de una mirada propia.
Ello no da razón para que los intelectuales se crean una casta superior. No sólo han contribuido a producir burocracias que arruinaron en parte procesos políticos muy promisorios -es el caso de la misma revolución rusa-, sino que, cuando habla Gramsci de su valor para lo popular, hay que pensar en todos los hoy llamados “analistas simbólicos”: docentes, sacerdotes, periodistas, que también son intelectuales imprescindibles para forjar el cemento social de los sectores sociales “de abajo”. No sólo –y a veces no principalmente- se trata de los intelectuales en sentido más restringido, ya sea que éstos sean artistas y/o universitarios.
Lo cierto es que el intelectual tiende a mirar su propio interés primordialmente; lo cual poco tiene de extraño en la sociedad capitalista, sólo que la laxa organización de lo académico (sin horarios ni burocracias muy rígidos) lleva a que cada uno sea más definidamente el centro de sí mismo, tenga poco y a pocos para obedecer, y por ello se sitúe en una especie de autonomía de intereses (la que he intentado dibujar en mi libro La selva académica, publicado en 2008).
Por esto, el intelectual sólo sale de su aislamiento ombliguista si de alguna manera interviene en lo político y/o lo social, si efectivamente pasa a formar parte de un colectivo que lo trascienda, si su suerte pasa a ser la suerte de una identidad que vaya más allá de la propia. Y para ello, hay que trabajar solidariamente en alguna forma de organización social o política.
Por ello, no extraña que la mayoría de los intelectuales haga pases de torero eludiendo definiciones y responsabilidades en el actual proceso político argentino, en tanto esa pertenencia a organizaciones que los trasciendan es minoritaria y puntual.
Una de las actitudes más habituales, es la de presentarse académicamente como “de izquierda” –en facultades y carreras de humanidades y ciencias sociales, sobre todo- en un sentido muy amplio, vago y genérico, sin comprometerse con ninguna política concreta. Es obvio que en ese caso se plasma una total falta de compromiso o de testimonio en relación con lo que se predica, y que no se está a la altura del propio pensamiento ni de la propia ideología, dado que no hay la capacidad para poner de algún modo el cuerpo en la discusión pública y la pelea mediática. Hacer lo cual, incluso cuando no se pertenece a una organización determinada, conlleva definiciones políticas precisas y elección entre diversas posiciones de la izquierda, a favor de unas y en contra de otras.
La comodidad prefiere no estar a favor de nada, para no quedar mal con nadie. Patéticamente, muchos estudiantes aplauden más a un académico, cuanto más éste sea incapaz de asumir posiciones definidas. Entonces, cada uno pondrá en él sus propias proyecciones, y todos lo verán cercano a sus propias tomas de partido; como él no tiene ninguna, es como si las tuviera todas. De modo que ninguna política que quede mejor, entre los intelectuales, que la de no hacer política. Se trata de una situación francamente paradójica y de lamentar, sobre la cual reina el mayor silencio en las universidades, pues muchos se benefician de esta indefinición crónica.
Otros optan por la “solución platónica”: la de proponer un infantil ultraizquierdismo que sólo se sostiene dentro de la universidad, y proponer posturas muy coherentes en el plano de la propia conciencia, pero por completo ajenas a la realidad e impotentes frente a la misma. Así, las posturas snob, más preocupadas por la propia elegancia que por cambiar en algo la realidad social, detestan a la realidad política misma, por ser impura, sucia, estar llena de corrupciones y contradicciones. Mejor que ello es no ensuciarse las manos, y mirar de afuera -con aires de superioridad poco explicables- los procesos políticos concretos.
No me cansaré de repetirlo: conozco bien el proceso venezolano, y también el ecuatoriano actuales. Y aquellos que son chavistas y anti-kirchneristas desde Argentina, lo son sólo porque no toleran la política desde cerca, sus imperfecciones e impurezas; si estuvieran en Venezuela serían antichavistas y prokirchneristas, pues desde lejos todo se puede idealizar. Y en Ecuador serían kirchneristas y chavistas, pero anti-correístas. Es obvio: cuando ven de cerca la política, salen corriendo. No tolerarían los intereses empresariales que, inevitablemente, acompañan a Correa y a Chávez, aunque tales intereses estén ahora en una posición subordinada que no es la que han tenido durante los gobiernos neoliberales.
Expresión de todo esto son también las “derechas ilustradas” que alguna vez posaron de ser de izquierda, tal el caso de los lopezmurphystas –y vaya que es ir detrás de una muy modesta ambición, como dijera Borges- que hicieron campaña junto al módico político ultraliberal: Santiago Kovadloff, Juan José Sebreli y el inefable Marcos Aguinis. Todo un arco de decadencia del pensamiento y sumisión al poder económico y mediático.
No lejos de ello se ubica la errática prédica de Beatriz Sarlo, otrora intelectual de izquierda, hoy escribiente permanente del diario La Nación, donde sus escritos no producen ruido alguno con la línea reaccionaria y golpista del mismo, de modo que se mantienen; no episódicamente –que bien podría escribirse algo contra la línea editorial dominante del diario- sino permanentemente, como columnista no casualmente presente allí.
Los ataques de Sarlo al proceso político actual, poco muestran de conciencia crítica interior a un proceso en curso; son oposición lisa y llana, al objetivo servicio del posible retorno de las políticas que fueron dejadas atrás en el 2001. Salvo que se nos convenza de la ingenuidad de creer que, si se va el kirchnerismo, sobrevendrá no un gobierno de derechas, sino alguna extraña aparición de izquierdas de gran calibre electoral, por ahora simplemente impensable (salvo que alguien pretenda adscribir, en ámbito cercano a la ciencia ficción, posibilidades a Fernando Solanas dentro de ese exitoso rubro).
Hay también algunos casos de regresiones no muy precisables, como la de Pacho O¨Donnell, quien con cara de “yo no fui” ha restablecido su antigua imagen de progresista, y logrado enterrar en gran medida el recuerdo de su lamentable participación en el menemismo. No está mal que cambie de posición; sí lo está que no explique tal cambio y haga como que nunca existió, y peor está que los periodistas y escritores del campo popular no le pidan cuentas.
Pero también es cierto que en el espacio de Internet y de los mensajes por mail, de las organizaciones de base, del trabajo con planes sociales, existen muchos intelectuales comprometidos, no de los más ruidosos, pero sí de los más coherentes -y no sólo entre quienes apoyan al gobierno nacional-. Ello implica una tarea silenciosa, diaria, que no siempre se expresa en escritos académicos o en intervenciones en los grandes medios, pero sí redunda en efectos prácticos de importancia.
Y están esos otros intelectuales, Horacio González y Ricardo Forster son ejemplo de ello, que se han jugado políticamente con el actual proceso, tanto en lo personal como a través de la original producción del grupo Carta Abierta. Esta es una organización horizontal en su funcionamiento y plural en su composición, que ha abierto a la intelectualidad hacia la posibilidad de intervención política no-partidaria -pero que no excluye a esta última-. Toda una novedad dentro del campo intelectual nacional, que ha dado lugar por reacción -reacción que al ser tal no deja de ser un reflejo pálido y vacío- a la formación de grupos de intelectuales opositores como aquel en que figura Aguinis.
Y es de destacar la valentía de la actitud de González, Forster y Cía, pues quienes militamos en este espacio, hemos pasado largamente por el desierto, por la recepción permanente del insulto y la despección durante un largo período. Apoyar al gobierno nacional era equivalente a “ser el loco de la cuadra”, el desubicado de la familia, en tiempos en que la ofensiva mediática se llevaba por delante a la conciencia de gran parte de las clases medias del país, tras el conflicto con la patronal del mal llamado “campo” -las propiedades agrarias de la Pampa Húmeda-.
Pero una voz que no se apaga cuando se está en resistencia, se convierte en diez voces cuando se pasa a una posición favorable. Quienes no callaron ni se achicaron en el momento más difícil, ven hoy que su esfuerzo no ha sido en vano. Y si bien nadie sabe qué pasará con las elecciones del 2011 y los intentos previos de desestabilización a que estamos asistiendo, está claro que el ánimo social hoy apoya ampliamente al gobierno nacional, y que quienes se animaron a jugar su prestigio y su imagen en la defensa del mismo, no lo hicieron al garete sino muy fructíferamente.
Fuente: Aluvión Digital
http://www.aluvionpopular.com.ar/?p=2581

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