"La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento".
José Carlos Mariátegui
--> SOBRE LA COLUMNA IZQUIERDA RECORRE LOS ALTERMEDIOS, CONOCE LO QUE NO APARECE EN LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN.<--

ARGENTINA: ¡Disparen contra los docentes!

Por: | 16 de marzo de 2014
fuente: Blog El País (Ed. Latinoamericana)





Está claro: la educación funciona bastante mal en casi todo el planeta. Las consecuencias de semejante descalabro se pueden observar por todos los sitios. Eso es lo que suponemos.
Vivimos en un mundo en crisis y la educación está llamada a redimirnos, a romper las cadenas que nos unen al atraso, a salvarnos de la adversidad, a empujarnos a un futuro de felicidad y bienestar. Falla la educación y la crisis se expande, multiplicándose, inventándose día a día en sus más variadas facetas: crisis económica, crisis de confianza, crisis institucional, crisis del modelo (o modelo de crisis), crisis política, crisis social, crisis cultural, crisis familiar, crisis de valores, crisis de abundancia y crisis escasez, crisis por el conformismo y por la insatisfacción, crisis por los excesos de los ricos y por el exceso de pobres, crisis del mundo del trabajo y crisis de un mundo sin trabajo, crisis de la infancia, de la juventud y de la ancianidad, crisis de la vida adulta, crisis en los estadios y en los santuarios, crisis de los vínculos, de los sentidos y de los sentimientos, de los afectos y de la subjetividad, crisis, al fin, crisis por todos lados.
Está claro: la crisis del mundo se reproduce y amplifica por la crisis de la educación. Eso es lo que suponemos.(Sigue en Leer más )
Así las cosas, mientras no se encuentra el remedio, al menos, se pueden encontrar los culpables. En el Norte y en el Sur, la respuesta es siempre la misma: la educación funciona mal porque los docentes están mal preparados, carecen de las competencias necesarias para hacer de los niños y niñas sujetos emprendedores y competitivos, ciudadanos activos y responsables, consumidores criteriosos (u obsecuentes); porque los docentes son poco adeptos al esfuerzo, corporativos en sus prácticas organizativas y profundamente perezosos.

Los docentes suelen ser presentados como una versión moderna de Rip Van Winkle, el personaje del relato de Washington Irving publicado en 1819. Un hombre que tratando de huir de su insoportable esposa se queda dormido bajo un árbol durante veinte años y, cuando regresa a su aldea, piensa que todo continúa como estaba dos décadas atrás.

Desactualizados, desinformados, dormilones y adeptos a la vagancia, los docentes son identificados por burócratas y tecnócratas, comunicadores y comunicados, padres y madres, políticos y gestores, gente de derechas y gente de izquierdas, hombres de negocios y hombres cuyo trabajo enriquecen los negocios de unos pocos hombres, dirigentes y dirigidos; por la sociedad, en suma, como los responsables de haber sembrado el vientre de todas las crisis, la crisis educativa.
No deja de ser sorprendente la unanimidad que concita la docencia para atraer, contra sí, las iras, los arrebatos, el furor y la indignación de todos los que se aventuran a opinar sobre el presente y el futuro de la educación. Y sobre el presente y el futuro de la educación se aventura a opinar todo el mundo. En definitiva, parecería ser que el haber pasado por la escuela nos brinda los conocimientos necesarios para formular un diagnóstico preciso sobre el estado de nuestros sistemas educativos y observar el casi siempre pésimo desempeño de los docentes en las salas de clase. Haber ido a la escuela o tener un hijo en edad escolar nos aporta, sin lugar a dudas, un conocimiento importante sobre el funcionamiento del sistema educativo y una opinión sobre la calidad del trabajo de quienes educan a las nuevas generaciones. Lo que sorprende es que, con llamativa frecuencia, esa experiencia se des-subjetiviza y pasa a ser considerada el fundamento de un diagnóstico riguroso y de precisión matemática para determinar las causas y soluciones de la crisis escolar que estamos viviendo.
Haber estado enfermos nos aporta una valiosa experiencia sobre el dolor y la enfermedad. También, un gran bagaje de opiniones sobre el desempeño de los médicos que nos atienden o atienden a nuestros seres queridos. Entre tanto, aunque todos nos hemos enfermado alguna vez en la vida, son pocos los que aceptarían que esa experiencia es suficiente como para determinar los fundamentos y las prácticas de las políticas públicas de salud a escala global. Nadie negaría que para opinar sobre la salud pública hay que saber algo más que tomar la fiebre a un niño. Entre tanto, para opinar sobre la política educativa solo hay que haber ido a la escuela o, simplemente, imaginar lo que ocurre todos los días en nuestras sala de clase. Para opinar sobre las políticas públicas de salud hay que haber estudiado el tema. Para opinar sobre educación basta con leer el periódico o escuchar a un especialista en banalidades que, con superficialidad pasmosa, dice lo que piensa sobre una institución y un enorme número de trabajadores y trabajadoras que sospecha conocer, apoyándose simplemente en la fuerza mistificadora del sentido común. A los médicos se los respeta, a los docentes, no.
La unánime opinión negativa sobre la docencia se refuerza con los resultados de pruebas, encuestas e investigaciones que confirman supuestamente que los docentes son, por definición y de manera general, unos ineptos. No hay nada parecido a las pruebas PISA en el mundo de la medicina. Tampoco, en el mundo de la ingeniería, de la política, en el mundo empresarial o deportivo. Hay, es verdad, campeonatos de todo tipo en el mundo de hoy. Sin embargo, no porque la selección de Holanda nunca haya ganado el mundial de fútbol, a alguien se le ocurriría decir que sus jugadores son poco profesionales, incapaces, haraganes o indolentes.
Quienes eligen la profesión docente se enfrentan siempre a un designio esquizofrénico, un mandato perverso que la sociedad les atribuye de forma contradictoria. A ellos se les encomienda la difícil tarea de salvar la nación, de revertir las herencias del atraso. Al mismo tiempo, por no ejercer ese papel, se los desvaloriza y humilla cotidianamente, en una especie de amnesia de génesis que borra las causas de todas las crisis, poniéndolas en la mochila de los trabajadores y trabajadoras de la educación.
Una encuesta realizada en varios países de Latinoamérica puso de relevancia que la gente valoriza enormemente el papel de los docentes para mejorar nuestras sociedades, pero la gran mayoría de las personas no desea que sus hijos se dediquen a la docencia, por tratarse de un trabajo ingrato, mal pagado y ejercido por personas sin la debida preparación.
Trato de resistir a la tentación de aclarar que en la docencia hay, en efecto, pésimos trabajadores y trabajadoras. Se trata de una aclaración que reafirma la discriminación que sufren cotidianamente los docentes. Hay maestros y maestras malos, incompetentes y displicentes, claro. Como hay médicos malos, políticos malos, empresarios malos, obispos malos, policías malos y hasta Premios Nóbeles de Economía malos, malísimos. Cuando defendemos a los docentes, parecemos estar siempre obligados a hacer la salvedad que sabemos que hay personas que ejercen la docencia sin la menor condición de hacerlo. No pienso hacer esta aclaración aquí.
Defiendo a los docentes porque creo que la docencia es una profesión que se ejerce, en la mayoría de los casos, por personas que aman su trabajo, que dedican un esfuerzo enorme a sus tareas, que tratan de múltiples formas de mejorar, de capacitarse y de formarse para ser, cada día, mejores; personas que respetan profundamente a los niños, las niñas, los jóvenes y los adultos que educan; personas que, como casi todas las que existen en este planeta, despiertan cada día para cumplir su jornada dignamente, para ayudar con su labor a construir un mundo mejor. Deberíamos pensar en esto cada vez que los humillamos y descalificamos con diagnósticos precipitados que los transforman en la bolsa de entrenamiento de una tropa de pugilistas que aspiran a que sus puñetazos entorpezcan la mirada de la gente común.
Defiendo a los docentes, particularmente a los que ejercen la docencia en las escuelas públicas, porque creo que la enorme mayoría de los trabajadores y trabajadoras de la educación son diferentes a ese colectivo indolente que retrata buena parte de la prensa y los más diversos “especialistas” que afirman que vivimos una debacle educativa que nos llevará a la ruina. Los defiendo porque creo que la lista de los responsables de llevarnos a la ruina no comienza hoy, como nunca ha comenzado, en las instituciones donde se construye, cada día, el futuro de nuestra infancia.
No deja de ser cierto que los docentes, a diferencia de otras profesiones, suelen ejercer de manera tortuosa una especie de corporativismo invertido. A pesar de las acusaciones de que los trabajadores de la educación sólo defienden sus intereses y ocultan sus problemas bajo estrictos secretos de sumario, la docencia suele ser una profesión que se muestra públicamente mucho más adepta a evidenciar sus errores que a disimularlos. Por ejemplo, los congresos, simposios y foros profesionales docentes son, en su gran mayoría, eventos en los que se discuten los problemas de la práctica magisterial, los errores cometidos en el aula y la necesidad de mejorarlos; los defectos y no las virtudes de la profesión; los retrocesos y no los avances en el desempeño pedagógico. Puede consultarse la programación de cualquiera de los congresos de docentes que se hayan realizado en su ciudad, para verificar que quienes ejercen la docencia se critican a sí mismos mucho más de lo que los critican sus crueles calumniadores externos. ¿Qué tipo de corporativismo es éste en el que quienes ejercen una profesión se muestran por lo que les falta y no por lo que los caracteriza? Los congresos de educación suelen estar dedicados a poner en evidencia una visión muy crítica o autocrítica de la práctica escolar.
Nada de esto ocurre en otras profesiones. Los médicos se reúnen en congresos para discutir los avances y las buenas prácticas de la medicina, no para compartir la idea de que la mala praxis médica está generalizada en todos los hospitales. Claro que hay médicos que matan personas por su incapacidad profesional. Nunca sería éste el motivo de un congreso internacional, por ejemplo, de cardiólogos. Los ingenieros se reúnen a presentar y conocer los avances de la ingeniería, no para deprimirse colectivamente con los pésimos ejemplos de algunos ingenieros cuya incompetencia generó enormes pérdidas de vidas humanas. Los abogados discuten en sus congresos profesionales los avances de la ciencia jurídica, no la corrupción de ciertos jueces y letrados que ha puesto no pocas veces la justicia al servicio de los más poderosos. Desde el punto de vista etimológico, cualquier profesión es más corporativa que la docencia. Sin embargo, raramente se denuncia el corporativismo de los economistas, del clero, del ejército, de la prensa o de los grandes empresarios. Sí, siempre, el de los docentes.
El problema parecería ser que, más allá de que a los docentes les gusta enredarse en sus defectos, ellos reclaman con insistencia sobre las pésimas condiciones que tienen para el ejercicio de su profesión, sus bajos salarios y el persistente abandono de la educación pública en nuestros países. Como resultado de esto, se critica el uso de las huelgas. movilizaciones u otras medidas de fuerza como forma de acción organizada para alcanzar las demandas del sector.
Particularmente, creo que es importante que los docentes revisen sus estrategias de lucha para alcanzar los justos reclamos por una educación de calidad para todos. Considero que las huelgas y otras acciones no siempre consiguen generar la adhesión y solidaridad de los sectores más pobres y de las clases medias, quienes necesitan más que nadie de la escuela pública. Hay una enorme dificultad en las organizaciones docentes para encontrar canales más efectivos de lucha que integren a los sectores que, junto a ellos, nada se benefician con las políticas neoliberales y conservadoras que cuestionan y amenazan el derecho a la educación, transformándolo en un privilegio de pocos.
Sin embargo, este necesario debate, no puede desviar la atención de un hecho insoslayable: en buena parte de nuestros países, la educación pública está bajo el asedio de políticas de privatización y mercantilización que, entre otros factores, precarizan el trabajo docente y degradan las condiciones de ejercicio de la docencia en las escuelas, particularmente en las escuelas públicas. En América Latina, aunque las condiciones de financiamiento y la promoción de políticas educativas innovadoras y populares han comenzado a revertir la herencia neoliberal, por ejemplo, en países como Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Venezuela, las condiciones salariales y de trabajo de los docentes siguen siendo frágiles e inestables. En rigor, en casi toda la región, la expansión de los sistemas educativos, promovida durante las últimas décadas, se ha sustentado sobre una persistente precarización del trabajo docente.
No cabe duda que los trabajadores y trabajadoras de la educación deben mejorar y redefinir sus estrategias de lucha. Deben hacerlo para volverlas más efectivas, no para disminuir su intensidad. Las reivindicaciones docentes son justas y necesarias, ellas aspiran a fortalecer la educación pública y ampliar el derecho efectivo a una escuela de calidad para todos. El ataque a las organizaciones sindicales docentes suele ser parte de un ataque más amplio contra cualquier expresión de defensa y transformación democrática de la educación pública.
Los docentes siempre, y más allá de todo paternalismo o visión compasiva, se han sabido defender a sí mismos. Entre tanto, creo que defender a la docencia de los ataques que hoy sufre desde múltiples espacios, constituye un imperativo ciudadano.
En definitiva, si Ud. está leyendo esta nota es porque algún maestro o maestra, alguna vez, le enseñó a leer. Y seguramente, le enseñó muchas cosas más. Cosas que han sido vitales para constituirse como un sujeto independiente y crítico.
No me cabe duda que Ud. pensará, muy probablemente, que sus maestros o maestras eran mejores que los que hoy están en el aula; esos docentes reales, que trabajan todos los días en nuestras escuelas, formando a los niños y niñas que en algún momento ocuparán su lugar. Pero no nos equivoquemos. Siempre fue así. A su hijo o a su hija, si hoy están en la escuela, les pasará lo mismo. Quizás sea fruto de una inevitable ingratitud o la trama de una desmemoriada condena al desprecio por el presente, por lo que tenemos y por lo que hemos sabido construir colectivamente. Parece que los docentes deben conformarse con un reconocimiento que se conjuga siempre en futuro imperfecto. Nuestros niños, nuestras niñas y nuestros jóvenes les dirán a sus hijos e hijas que sus maestros y maestras eran mucho mejores, más dedicados, más comprometidos, más cariñosos, mejor preparados y exigentes.
Siempre fue así.
Y si siempre lo fue, respetemos a los docentes que trabajan en nuestras escuelas, reconociendo en ellos la herencia de un futuro que nos hará, quizás, hombres y mujeres mejores, más humanos, más solidarios, más generosos y libres.


Desde Río de Janeiro
Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires en 1963 y ha pasado los últimos 20 años de su vida ejerciendo la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Su trabajo académico y su militancia por el derecho a la educación le ha permitido conocer todos los países latinoamericanos, por los que viaja incesantemente, escribiendo las crónicas y ensayos que publica en este blog. Actualmente, es Secretario Ejecutivo Adjunto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Sede Brasil).

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Golpe blando (Venzuela, Paraguay, Honduras)


 Por Luis Bruschtein
(fuente página 12)
Aquellos viejos villanos, los peores del barrio, los que hacían el trabajo sucio de los señoritos, los militares, han sido descartados. Las elites ya no entregan a sus filas a ninguno de sus hijos. No hay dobles apellidos y ya no son invitados a las reuniones conspirativas de los grandes señores que a veces ya los miran con cierta desconfianza. Los golpes militares, aquella pesadilla infinita, han caído en el desprestigio, perdieron glamour, han pasado de moda. Ahora se habla de golpes blandos.
El golpe blando consiste en travestir a una minoría en mayoría...... , amplificar sus reclamos, crispar las controversias y enfrentamientos y desgastar a la verdadera mayoría que gobierna, hasta hacerla caer por medio de alguna farsa judicial como fue en Honduras, o parlamentarista, como en Paraguay o forzando una intervención extranjera como se pretende hacer en Venezuela. Es más complicado que los golpes militares, pero, a diferencia de ellos, tiene el colorido de estos tiempos, con sus arquetipos de tiranuelos bananeros en el bando de los malos, y un bando de los buenos con sus arquetípicos luchadores por la libertad, con sus simulacros de épicas remasterizadas y con sus falsos discursos de heroísmos ciudadanos, todos ellos, buenos y malos, diseñados como protagonistas de una película de acción clase Z por las grandes herramientas de dominación: las corporaciones mediáticas.
En otras épocas, la derecha le reclamó con razón a la izquierda por su poca vocación democrática. Pero cuando las izquierdas populares no elitistas ni vanguardistas se volcaron a la democracia y ganaron elecciones, han sido las derechas las que no aceptaron el juego democrático.
Las derechas tienen siempre a su favor el poder económico y el gran poder de la época: los supermedios. Las izquierdas han legitimado con votos sus gobiernos y son reacias a sostenerse por la fuerza porque valoran esa legitimidad que fundamenta sus mandatos. Son movimientos cualitativamente diferentes a los de sus orígenes del siglo XX. Han desarrollado una práctica electoral que antes apenas tenían. Han perdido elecciones y se han mantenido en la oposición en marcos institucionales. Han ganado elecciones con mucho esfuerzo y, a diferencia de los viejos sectarismos, han desarrollado estrategias con mucha flexibilidad y amplitud, han gestionado con mayor o menor eficiencia, y han formado cuadros de gestión de los que antes carecían. Son calidades que no eran muy características de las izquierdas o progresismos o movimientos nacionales y populares del siglo XX. Y esencialmente son calidades de la democracia.
Estas corrientes políticas latinoamericanas han crecido en calidades democráticas y han sido refrendadas electoralmente varias veces. En Chile volvió el socialismo con Michelle Bachelet después del gobierno derechista de Sebastián Piñera, en El Salvador ganó por segunda vez la vieja guerrilla del Farabundo Martí y esta vez con un ex comandante guerrillero como candidato.
El voto democrático es el principal aliado de estos gobiernos. Entonces desde la derecha dicen que la democracia no es solamente el voto. Lo cual es cierto. Si la mayoría que gobierna no respeta a las minorías, hay una democracia imperfecta. Pero si sucede al revés, si las minorías quieren imponerse sobre las mayorías que ganaron elecciones, ya ni siquiera es una democracia imperfecta, sino que es una dictadura. De eso se tratan los golpes blandos.
En abril del año pasado en Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro ganó por escaso margen las elecciones presidenciales a toda la oposición nucleada detrás de la candidatura de Henrique Capriles. Sin ningún prurito democrático, al perder por escaso margen, el candidato conservador desconoció el triunfo legítimo de su adversario. Y fue respaldado por una campaña internacional de los grandes medios para que nadie reconociera al gobierno de Maduro. Hasta hoy en día, la Casa Blanca no lo ha hecho. La oposición y Washington creían que esa escasa ventaja a favor del bolivariano desaparecería rápidamente y quedaría como un gobierno débil, vulnerable a cualquier acción destituyente.
Tres meses después de las elecciones presidenciales hubo elecciones municipales. En una situación muy desfavorable, tras la muerte de un líder carismático como Hugo Chávez, al que debió reemplazar, y con muchos problemas en la economía, Maduro no sólo no perdió esa ventaja sino que la amplió a más de diez puntos y más de un millón de votos. Fue un desastre para la oposición, que creía que finalmente había llegado el momento de cortar el proceso chavista.
El liderazgo de Capriles quedó resquebrajado y Leopoldo López quiso aprovecharse. Capriles sigue siendo mayoría en la oposición y sostiene una estrategia menos violenta. López es hijo de una alta ejecutiva de la organización Cisneros, el principal multimedia del país y convocó a la gente a la calle hasta “echar a Maduro”. Fueron manifestaciones violentas con barricadas y francotiradores y en ese marco también se produjeron desbordes de la represión. O sea, la minoría de la minoría está en las calles, levanta barricadas y tiene francotiradores. Pero los medios lo presentan como el descontrol de una situación social y tratan de presionar en la OEA para provocar una intervención extranjera. Eso sería un golpe blando.
Venezuela no es un paraíso, afronta problemas importantes. Al igual que todos los países latinoamericanos, ha sido cuestionada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la situación en las cárceles. Tiene un problema grave de inseguridad. Los estudiantes se incorporaron a las marchas después del asesinato de dos de ellos por delincuentes comunes. También afronta una inflación fuerte y desabastecimiento de algunos productos. Pero hay un gobierno respaldado por la mayoría de la población para solucionar esos problemas. El sector de Capriles ha insistido en que no apoyan las marchas violentas. Solamente se moviliza una minoría violenta que cuenta con el respaldo de los Estados Unidos y de los grandes medios de la región.
Para respaldar a este sector minoritario de la oposición venezolana, las principales asociaciones de editores de diarios en América latina, entre los cuales se incluyen La Nación y Clarín, de la Argentina, lanzaron el programa Todos Somos Venezuela. Participan en esa operación la Asociación de Editores de Diarios y Medios Informativos (Andiarios), el Grupo Diarios de las Américas (GDA) y el Grupo Periódicos Latinoamericanos (PAL). En estas corporaciones están representadas las cadenas latinoamericanas de grandes medios escritos. La operación consiste en que cada periódico tendrá la obligación de publicar una página titulada “Todos somos Venezuela, sin Libertad de Prensa no hay Democracia” con información que será elaborada por los medios opositores de Venezuela.
La decisión de esta corporación regional aparece casi como una confesión, aunque agreguen en un párrafo que también publicarán la información oficial. Se trata de una corporación de multimedios que avanza sobre la soberanía política de un país, conspirando abiertamente contra sus instituciones democráticas. Pone en evidencia la decisión de hacer campaña, de debilitar al gobierno de Maduro, de mostrar la imagen trucada de una supuesta pueblada y de disfrazar de mayorías libertarias a las minorías violentas.
El dispositivo mediático es como la caballería de los golpes blandos. Está poniendo toda su potencia de fuego sobre Venezuela, pero las marchas opositoras van perdiendo intensidad y la realidad más compleja de ese país empieza a filtrarse por entre esa imagen grotesca que diseña la barrera informativa. Un elemento a favor de ese proceso ha sido la decisión de los gobiernos de la Unasur que advierten el peligro institucional al que tratan de empujarlos. Los cancilleres reunidos esta semana en Santiago de Chile decidieron que a Caracas viajará una misión de la Unasur para respaldar las instituciones democráticas y no para hacerles el juego a los más violentos de la derecha opositora como quería el departamento de Estado norteamericano en la OEA, así como el presidente panameño Ricardo Martinelli, uno de sus operadores regionales.
Las fuerzas políticas en general comienzan a reconocer una problemática que en la Argentina se debatió intensamente con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. El rol antidemocrático que plantean las situaciones dominantes en el universo de la información es cada vez más evidente. Una expresión de ese proceso reactivo fue esta semana la decisión del gobierno mexicano de obligar a desmonopolizarse a Televisa, el principal multimedia de ese país y el mayor de habla hispana. La disputa por democratizar la información es la disputa por democratizar las sociedades y prevenir estos golpes blandos.

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Derechas con look de izquierda


 Por Raúl Zibechi para Alainet.org



















Campamento  en Uruguay (2010) auspiciado por Open Society Institute de George Soros.

Las recientes manifestaciones de masas generadas por las derechas en los más diversos países, muestran su capacidad por apropiarse de símbolos que antes desdeñaban, introduciendo confusión en las filas de las izquierdas.
El 17 de febrero de 2003 Patrick Tyler reflexionaba sobre lo que estaba sucediendo en las calles del mundo en una columna en The New York Times“Las enormes manifestaciones contra la guerra en todo el mundo este fin de semana son un recordatorio de que todavía puede haber dos superpotencias en el planeta: los Estados Unidos y la opinión pública mundial”.
“Mira a tu alrededor y verás un mundo en ebullición”, escribe el editor estadounidense Tom Engelhardt, editor de la página tomdispatch. En efecto, diez años después del célebre artículo del Times, que dio la vuelta al mundo en ancas del movimiento contra la guerra, no hay casi rincón del mundo donde no exista ebullición popular, en particular desde la crisis de 2008. (sigue en Leer Más)
Se podrían enumerar la Primavera Árabe que derribó dictadores y recorrió buena parte del mundo árabe; Occupy Wall Street, el mayor movimiento crítico desde los años sesenta en Estados Unidos; los indignados griegos y españoles que cabalgan sobre los desastres sociales provocados por la megaespeculación. En estos mismos momentos, Ucrania, Siria, Sudán del Sur, Tailandia, Bosnia, Turquía y Venezuela están siendo afectadas por protestas, movilizaciones y acciones de calle del más diverso signo.
Países que hacía décadas que no conocían protestas sociales, como Brasil aguardan manifestaciones durante el Mundial luego de que 350 ciudades vieran cómo el desasosiego ganaba las calles. En Chile, se ha instalado un potente movimiento juvenil estudiantil que no muestra signos de agotamiento y en Perú el conflicto en torno a la minería lleva más de un lustro sin amainar.
Cuando la opinión pública tiene la fuerza de una superpotencia, los gobiernos se han propuesto entenderla para cabalgarla, manejarla, reconducirla hacia lugares que sean más manejables que la conflagración callejera, conscientes de que la represión por sí sola no consigue gran cosa. Por eso, los saberes que antes eran monopolios de las izquierdas, desde los partidos hasta los sindicatos y movimientos sociales, hoy encuentran competidores capaces de mover masas pero con finas opuestos a los que esa izquierda desea.
Estilo militante


Desde el 20 hasta el 26 de marzo de 2010 se realizó en el departamento uruguayo de Colonia un “Campamento Latinoamericano de Jóvenes Activistas Sociales”, en cuya convocatoria se prometía “un espacio de intercambio horizontal” para trabajar por“una Latinoamérica más justa y solidaria”. Entre el centenar largo de activistas que acudieron ninguno sospechaba de dónde habían salido los recursos para pagar sus viajes y estadías, ni quiénes eran en realidad los convocantes (Alai, 9 de abril de 2010).
Un joven militante se dedicó a investigar quiénes eran los Jóvenes Activistas Sociales que organizaban un encuentro participativo para “comenzar a construir una memoria viva de las experiencias de activismo social en la región; aprender de las dificultades, identificar buenas prácticas locales aprovechables a nivel regional, y maximizar el alcance de la creatividad y el compromiso de sus protagonistas”.
El resultado de su investigación en las páginas web le permitió averiguar que el campamento contó con el auspicio del Open Society Institute de George Soros, y de otras instituciones vinculadas al mismo. La sorpresa fue mayúscula porque en el campamento se realizaban reuniones en ronda, fogones y trabajos colectivos con papelógrafos, con fondo de whipalas y otras banderas indígenas. Un decorado y estilos que hacían pensar que se trataba de un encuentro en la misma tónica de los Foros Sociales y de tantas actividades militantes que emplean símbolos y modos de hacer similares. Algunos de los talleres empleaban métodos idénticos a los de la educación popular de Paulo Freire que, habitualmente, suelen emplear los movimientos antisistémicos.
Lo cierto, es que unos cuantos militantes fueron usados “democráticamente”, porque todos aseguraron que pudieron expresar libremente sus opiniones, para objetivos opuestos para los que los convocaron. Este aprendizaje de la fundación de Soros fue aplicado en varias ex repúblicas soviéticas, durante la “revuelta” en Kirguistán en 2010 y en la revolución naranja en Ucrania en 2004.
Ciertamente, muchas fundaciones y las más diversas instituciones envían fondos e instructores a grupos afines para que se movilicen y trabajen para derribar gobiernos opuestos a Washington. En el caso de Venezuela, han sido denunciadas en varias oportunidades agencias como el Fondo Nacional para la Democracia (ned por sus siglas en inglés), creada por el Congreso de Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan. O la española Fundación de Análisis y Estudios Sociales (faes) orientada por el expresidente José María Aznar.
Ahora estamos ante una realidad más compleja: cómo el arte de la movilización callejera, sobre todo la orientada a derribar gobiernos, ha sido aprendida por fuerzas conservadores. 
El arte de la confusión
El periodista Rafael Poch describe el despliegue de fuerzas en la plaza Maidan de Kiev: “En sus momentos más masivos ha congregado a unas 70.000 personas en esta ciudad de cuatro millones de habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios miles, quizá cuatro o cinco mil, equipados con cascos, barras, escudos y bates para enfrentarse a la policía. Y dentro de ese colectivo hay un núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500 personas puramente paramilitar, dispuestos a morir y matar lo que representa otra categoría. Este núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego” (La Vanguardia, 25 de febrero de 2014).
Venezuela: Grupos violentos en plena acción. Foto: AVN 
Esta disposición de fuerzas para el combate de calles no es nueva. A lo largo de la historia ha sido utilizada por fuerzas disímiles, antagónicas, para conseguir objetivos también opuestos. El dispositivo que hemos observado en Ucrania se repite parcialmente en Venezuela, donde grupos armados se cobijan en manifestaciones más o menos importantes con el objetivo de derribar un gobierno, generando situaciones de ingobernabilidad y caos hasta que consiguen su objetivo.
La derecha ha sacado lecciones de la vasta experiencia insurreccional de la clase obrera, principalmente europea, y de los levantamientos populares que se sucedieron en América Latina desde el Caracazo de 1989. Un estudio comparativo entre ambos momentos, debería dar cuenta de las enormes diferencias entre las insurrecciones obreras de las primeras décadas del siglo XX, dirigidas por partidos y sólidamente organizadas, y los levantamientos de los sectores populares de los últimos años de ese mismo siglo.
En todo caso, las derecha han sido capaces de crear un dispositivo “popular”, como el que describe Rafael Poch, para desestabilizar gobiernos populares, dando la impresión de que estamos ante movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos ilegítimos, aunque estos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de sectores importantes de la población. En este punto, la confusión es un arte tan decisivo, como el arte de la insurrección que otrora dominaron los revolucionarios.
Montarse en la ola
Un arte muy similar es el que mostraron los grupos conservadores en Brasil durante las manifestaciones de junio. Mientras las primeras marchas casi no fueron cubiertas por los medios, salvo para destacar el “vandalismo” de los manifestantes, a partir del día 13, cuando cientos de miles ganan las calles, se produce una inflexión.
Las manifestaciones ganan los titulares pero se produce lo que la socióloga brasileña Silvia Viana define como una “reconstrucción de la narrativa” hacia otros fines. El tema del precio del pasaje pasa a un segundo lugar, se destacan las banderas de Brasil y el lema “Abajo la corrupción”, que no habían estado originalmente en las convocatorias (Le Monde Diplomatique, 21 de junio de 2013). Los medios masivos también desaparecieron a los movimientos convocantes y colocaron en su lugar a las redes sociales, llegando a criminalizar a los sectores más militantes por su supuesta violencia, mientras la violencia policial quedaba en segundo plano.
De ese modo, la derecha que en Brasil no tiene capacidad de movilización, intentó apropiarse de movilizaciones cuyos objetivos (la denuncia de la especulación inmobiliaria y de las megaobras para el Mundial) estaba lejos de compartir. “Es claro que no hay lucha política sin disputa por símbolos”, asegura Viana. En esa disputa simbólica la derecha, que ahora engalana sus golpes como “defensa de la democracia”, aprendió más rápido que sus oponentes.

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¿Qué pasa realmente en Venezuela?

Análisis de la situación actual de la revolución bolivariana

 Por Fernando Dorado

 

¿Qué pasa realmente en Venezuela? El análisis de la actual situación de Venezuela es muy importante para el futuro de la revolución en Latinoamérica y en el mundo. Comprender el movimiento complejo – no lineal – de la lucha de clases “interna”, la interferencia de fuerzas geopolíticas, y la idiosincrasia del pueblo venezolano, es fundamental para acercarnos a esa realidad, entenderla y actuar en consecuencia. 
Es claro que la lucha de clases “interna” no puede desligarse de los intereses del capitalismo que se expresa como imperialismo neo-colonial y, a la vez, como imperio global. Sin embargo, la lucha interna tiene sus propias dinámicas que juegan a favor y en contra de esa intervención. Lo mismo a nivel cultural. La religiosidad sincrética, el espíritu pacífico y festivo, el nacionalismo independentista, la tendencia consumista en boga y otros factores culturales, juegan de una u otra manera, no sólo entre las diversas clases sociales sino en diferentes momentos y escenarios.
La lucha de clases interna
Una primera aproximación a la reciente historia de Venezuela nos permite decir que el proletariado, en sus diferentes expresiones (trabajadores asalariados de diverso nivel y precariedad, campesinos pobres, pobladores de las barriadas que viven de la economía popular, “clases medias” bajas), ha sido la base social de una revolución anti-oligárquica, que fue adquiriendo paulatinamente una fuerte conciencia nacionalista, anti-estadounidense y que se ha insinuado “socialista” más por obra de su principal dirigente – Hugo Rafael Chávez Frías – que por una tradición cultural de ese tipo.
Ese proletariado venezolano no ha logrado construir – hasta ahora – una vanguardia dirigente cualificada, organizada y unificada. Se apoyó durante las dos últimas décadas en un caudillo popular que evolucionó desde una posición “tercerista” hacia un “socialismo popular y cristiano”, que ha recogido elementos de otros socialismos pero que todavía se muestra difuso y vago, mucho más cuando su principal ideólogo no pudo – físicamente – continuar con su obra.

La falta de esa dirección colectiva fue temporalmente subsanada por el papel de su principal dirigente: Chávez. Él fue (y aún lo es) la materialización de un pueblo en su conjunto, con todas sus contradicciones y limitaciones, y representa también, en forma compleja (que para muchos es incomprensible y paradójico), al proletariado venezolano y mundial. Chávez evolucionó desde una posición nacionalista-democrática de corte eminentemente “bolivariana”, que buscaba una “tercera vía” entre capitalismo y socialismo, hacia una posición decididamente socialista que denominó “Socialismo del Siglo XXI”, tomando una expresión de Heinz Dieterich Steffan. Su ideario socialista y su estrategia revolucionaria estaban en plena construcción cuando murió.(sigue en Leer Más)
La ausencia de una dirección colectiva de carácter proletario, de una teoría política cohesionada y orientadora, y de una praxis revolucionaria de nuevo tipo, no es un problema particular del pueblo venezolano sino una dificultad del proletariado mundial, que recién empieza a reaccionar frente – por un lado –, a la derrota histórica en que se constituyeron las diversas experiencias de “socialismo del siglo XX”, y – por el otro –, a la arremetida neoliberal de un capitalismo relativamente triunfante.
Sin embargo la vida no da tregua. La agudización de las contradicciones societales tanto a nivel mundial como en los países periféricos, crea condiciones favorables para que las clases sociales subordinadas actúen, desplieguen sus fuerzas cohesionadas durante ésta etapa, aparezcan nuevas lecturas de la realidad y surjan prácticas revolucionarias – que en medio del hacer y el corregir – van configurando nuevos paradigmas y visiones del mundo.
En Venezuela otras clases sociales diferentes al proletariado estaban mejor preparadas para colocarse a la cabeza de la revolución democrática-nacionalista que hoy está en pleno desarrollo. Sucede igual en el resto de América Latina y el mundo. La pequeña-burguesía, la burguesía nacional y la burguesía burocrática, que en diferentes momentos le habían disputado el poder a la oligarquía pro-imperial, aprovechan las circunstancias revolucionarias y se empoderan – no sin fuertes tensiones y contradicciones –, en la dirección del proceso.
Incluso, no es que estas clases pequeño-burguesas y burguesas se pongan en forma total del lado de la revolución. Por el contrario, son los elementos más avanzados de esas clases sociales, que habían heredado tradiciones culturales de lucha por libertad, independencia y autonomía, los que se colocan decididamente a la cabeza de esa lucha, identificando (y a la vez, camuflando) sus intereses sectoriales con formas nacionales y democráticas para ganar la voluntad del grueso del proletariado. Entre ellos se destacan los militares nacionalistas, los dirigentes sindicales de los trabajadores estatales y la intelectualidad con formación marxista.
Gobernar con un aparato estatal heredado
Es evidente que al llegar al gobierno por la vía electoral, la dirigencia revolucionaria se ve enfrentada a una situación contradictoria que no es fácil de manejar. Por un lado, tienen que ponerse al frente de un aparato estatal burocrático heredado. Tienen que gobernar con un “Estado que no es el nuestro”, como diría Lenin, que es un aparato al servicio del gran capital, clientelar y clientelista, corrupto hasta los tuétanos, eficiente para darle gabelas a los capitalistas e ineficaz para resolverle problemas al pueblo y a los trabajadores.
Por el otro, en forma apresurada e improvisada tienen que ofrecerle soluciones al proletariado y al pueblo en su conjunto, para poder mantenerse – elección tras elección – al frente del gobierno, mientras el verdadero poder existente, el de la burguesía parásita, hace todos los esfuerzos por sabotear la gestión del nuevo gobierno, impedir que la renta petrolera sirva de base de apoyo para financiar los programas de inversión social, y generar desconfianza en la capacidad de los nuevos gobernantes entre amplios sectores de la sociedad.
Es así como la dirección revolucionaria decide implementar las “misiones”. Con la ayuda del gobierno cubano diseña e impulsa estrategias para resolver, así sea temporalmente, la contradicción entre tener que llegarle al pueblo con planes y programas de impacto para su vida y, simultáneamente, asumir la administración de un aparato estatal burocrático, corrupto, ineficaz y saboteador, que es una traba para obtener resultados inmediatos.
La ofensiva contra-revolucionaria con el golpe de Estado y el paro petrolero de 2002, y la contra-ofensiva revolucionaria que protagonizó el pueblo y los trabajadores venezolanos, le permitieron a la dirigencia bolivariana controlar la riqueza petrolera, ensanchar y fortalecer las misiones, ampliar y ganar nuevos sectores para su base social. Sin embargo, los afanes electorales y demás circunstancias propias de las contingencias de un proceso nuevo, además de la falta de una experiencia, en medio de la lucha interna dentro de la heterogénea dirigencia bolivariana, que muchas veces era resuelta por la influencia, personalidad y autoridad del Comandante Chávez, llevaron – inevitablemente – a cometer serios errores, unos que corresponden a problemas y deficiencias estructurales (desarrollo real de las relaciones sociales de producción y de las fuerzas productivas), y otros que tienen que ver con el diseño de la línea política (desarrollo de la conciencia política).
Los “errores”, limitaciones y deficiencias estructurales
Entre esos “errores”, los más importantes tienen que ver con la incapacidad para construir formas de poder revolucionario, por la base, en lo que el pueblo venezolano no tiene mucha experiencia ni tradición. Existen redes, sindicatos, asociaciones, formas de comunicación popular, pero no ha existido una verdadera experiencia de tipo organizativo con visión de poder. Pero el factor decisivo consiste en que la dirigencia revolucionaria escogió el escenario estatal, institucional, como el centro de su actividad política, dejando a un lado la construcción diaria y rutinaria de un nuevo poder proletario y revolucionario (democracia directa). La línea que se impuso – y no podía ser de otra manera – fue la de participar y “apropiarse” de las instituciones “democráticas” estatales y ponerse a la cabeza de los gobiernos locales y regionales. A pesar de la aprobación de leyes y planes gubernamentales sobre “poder popular y comunal”, los principales cuadros de la revolución se dedicaron a la gestión gubernamental y al parlamentarismo estatal de tipo institucional. Los “círculos bolivarianos” – base social organizada en la primera etapa de la revolución – quedaron a la deriva y a mitad de camino. Los dirigentes revolucionarios, en su gran mayoría, fueron “apropiados” y absorbidos por el aparato estatal y su dinámica burocrática.
Ese “error” tiene su explicación en las limitaciones estructurales del proceso, que son determinantes por la importancia que adquieren las deficiencias conceptuales de la orientación política. A pesar de las reiteradas orientaciones de Chávez, del estímulo retórico de los dirigentes a la organización popular, se fue imponiendo la práctica tradicional en las relaciones entre el gobierno revolucionario y las bases sociales. Un nuevo clientelismo se fue incubando y una nueva forma de ascenso social y político de los dirigentes se fue abriendo camino. Sucede en todas las revoluciones y es un problema no resuelto.[1]
El otro “error” – que está íntimamente relacionado con el anterior – se manifiesta en la incapacidad del gobierno revolucionario para iniciar, con consistencia, un trabajo continuado y permanente, apoyándose en los sectores laboriosos de la sociedad (trabajadores, pequeños y medianos productores, científicos y técnicos), por construir una base económica “propia”, “nacional”, “popular”, alterna a la economía dependiente de la renta petrolera, que ha sido la base de la fuerza social y económica de la burguesía venezolana.
No se percibió desde un principio – lección que debemos aprender otros pueblos y el proletariado de otros países – que los recursos que se irrigan en la sociedad para salud, educación, servicios, vivienda, alimentación, infraestructura, etc., de una u otra manera son canalizados hacia el sistema productivo y de intercambio, y que mientras no existan sistemas de apropiación social de la riqueza, dichos recursos se van a monetizar y van a fortalecer – en el mercado capitalista – a las fuerzas sociales que tienen el control de ese mercado, que en este caso es la burguesía parásita. Así, durante estos últimos 15 años la transferencia de recursos de la renta petrolera a los capitalistas comerciales, improductivos y especuladores, ha sido incalculable, y muchas de esas fortunas hoy no están en Venezuela, constituyéndose en un desangre enorme para la economía venezolana.
La principal lección es que el problema no es solamente la formulación de una política. Es la ejecución y operación práctica de una política que Chávez definió como “sembrar el petróleo”, lo que está en juego. Es la correlación real de fuerzas lo que define esa situación. Es claro, por tanto, que al interior del “proceso de cambio” existen fuerzas sociales interesadas no sólo en mantener la actual situación sino que realizan diversas actividades para sabotear cualquier tipo de acción que ponga en peligro sus intereses.
La pequeña-burguesía en Venezuela no tiene otro camino de ascenso social y económico que desplazar del poder político y económico a la burguesía pro-imperial, incluso sin cuestionar su dependencia y parasitismo. La guerra por el control de cambios que implementó el gobierno bolivariano es una expresión de esa lucha entre una burguesía ascendente (“emergente”) que se apoya en el control del Estado para desplazar a la burguesía tradicional que era experta en importaciones y “exportaciones”, reales y ficticias, y en el uso de todo tipo de trampas y corruptelas para hacerse con la ganancia. 
Es más, el monopolio del Estado sobre el comercio exterior, que es una medida extrema y requiere de una correlación de fuerzas muy favorable al proletariado y al pueblo, si no está acompañado de un control estricto y masivo por parte de órganos de poder popular, también puede convertirse en otra forma de apropiación privada en manos de quienes tengan el control burocrático del Estado como ocurrió en la Unión Soviética y en todos aquellos “Estados socialistas” que implementaron ese monopolio estatal.
Los “aciertos”, la cultura y la espiritualidad
Una de las deficiencias de los socialismos del siglo XX fue no entender la fuerza e influencia de los aspectos culturales en los procesos sociales (étnicos, nacionales, culturales, religiosos), que Lenin preveía o sospechaba, y que han demostrado ser factores muy importantes para nuestras luchas. Esos aspectos culturales han demostrado que son una especie de soportes espirituales de los pueblos, entre los cuales el proletariado – así sea la mayoría de la población – es influido fuertemente por ellos. Al contrario de lo que pensaba Marx (“opio del pueblo”), esos aspectos culturales pueden ser aspectos positivos frente al proceso de homogeneización que impulsa el imperio global: son parte de la resistencia. Todo depende de cómo se asuman. Ello está relacionado con el tema ambiental, que en el caso de Venezuela – dada la dependencia del petróleo – no se plantea como parte de la crítica al "extractivismo".
Es por ello que ésta visión crítica al proceso venezolano no es "drástica" (no nos rasgamos las vestiduras) sino en cierto sentido "suave" ("comprensiva"), tratando de entender las limitaciones estructurales y conceptuales (que de alguna manera también son estructurales miradas desde el ámbito mundial) y sobre todo, tratando de comprender los problemas que ha tenido que enfrentar, las contradicciones de clase, la presión del imperio, y también los “aciertos”. En fin, tratamos de alejarnos del campo de los que juzgan como si fuera una tarea fácil. Chávez es un fenómeno espiritual y político que todavía está por ser estudiado. Es más, todas las sociedades y pueblos han tenido que apoyarse en caudillos para poder avanzar en determinadas fases de su historia. Lo grave es que reduzcamos ese punto de apoyo a la totalidad de nuestro accionar (“caudillismo”, “culto a la personalidad”).
Por ello se deben resaltar brevemente los “aciertos”. Hay en la revolución venezolana un esfuerzo muy grande por darle continuidad a la lucha bolivariana por la independencia y la integración latinoamericana. El sentido de solidaridad, el compartir la riqueza con otros pueblos menos favorecidos, la confianza en el sentido de clase y en el anti-imperialismo de la mayoría del pueblo venezolano, la espiritualidad revolucionaria que se ha construido, se han constituido en unas herramientas políticas nada despreciables que muchos “teóricos” – influenciados por visiones euro-céntricas – no pueden entender.
Esos “aciertos” son más resultados del desarrollo natural y creativo de las reservas democráticas y revolucionarias que tenía guardadas – reprimidas – el pueblo y el proletariado venezolano, y que han aflorado a la superficie. Allí están vivas y latentes esas reservas, ahora contenidas por el bloqueo de una burocracia que impide su desarrollo. El arte del momento es encontrar nuevamente esa conexión, ayudar a que los trabajadores y el pueblo en general “redescubran” sus potencialidades y desenmascaren las trabas.
Comparados los avances de la revolución bolivariana con sus limitaciones estructurales es casi un “milagro” que hayan podido derrotar – parcialmente – al mayor imperio capitalista del mundo, muy al estilo de lo hecho por el pueblo cubano. Hoy esa revolución se enfrenta a nuevos retos, a sus propias deficiencias y, sólo el proletariado podrá hacerla avanzar nuevamente.   
Los escenarios y “salidas”
Los actuales problemas que enfrenta la sociedad y el pueblo venezolano – aumento del desabastecimiento, altísima inflación, incremento de la inseguridad ciudadana por el impacto de la delincuencia, corrupción administrativa, crecida del déficit fiscal y del endeudamiento externo del gobierno, agravamiento de la dependencia de la renta petrolera –, que son factores de la situación actual de Venezuela utilizados por la burguesía y el imperio para intentar desestabilizar al gobierno y a la sociedad venezolana, son el resultado de contradicciones de clase no resueltas, que pueden llevar a los siguientes escenarios, todos probables en el mediano plazo:
-        Profundización de la revolución por el empuje de un proletariado que aunque no está organizado en forma independiente y autónoma, puja por sus intereses desde lo profundo de la sociedad y se expresa en diversos niveles de la dirigencia revolucionaria. Ese proceso deberá contemplar – entre otras – las siguientes acciones: 1. Construir sobre la marcha un verdadero poder proletario y popular o democracia directa para neutralizar a la burocracia corrupta; 2. Establecer el monopolio del comercio exterior con fuertes controles proletarios y populares para destruir la base económica de la burguesía parásita; 3. Fortalecer la base productiva nacional promoviendo la apropiación colectiva de la riqueza o "Sembrar el petróleo" como decía Chávez; 4. Desarrollar la revolución en todos los terrenos: productivo, económico, social, cultural, moral, atacando la mentalidad consumista y paternalista que predomina entre el pueblo. Es el escenario ideal pero poco probable en el corto plazo.
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-        Acuerdo entre las cúpulas dirigentes de la burguesía tradicional y la emergente que controla el aparato estatal, o entre sectores preponderantes de esas burguesías, a fin de lograr una estabilidad económica y política para mantener y aumentar sus ganancias en medio de la precaria situación del país. Esa unificación sería la plataforma táctica para obtener mayor inversión financiera y productiva de otros bloques económicos diferentes a los EE.UU. y Europa, como los que encabezan China, Rusia, Brasil, Irán, etc. Este acuerdo significaría la derrota del sector burgués dependiente y agente de los EE.UU., situación que ya muestra algunos avances que se pueden observar en el comportamiento conciliador de grandes capitalistas como Gustavo Cisneros y otros empresarios agrupados en Fedecámaras. Es el escenario más probable en lo inmediato y constituye también un duro golpe al proletariado, ya que algunos de los avances de la revolución pueden ser poco a poco reversados.
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-        Desestabilización económica y política de la sociedad venezolana e imposición de la burguesía pro-estadounidense mediante una intervención militar de los EE.UU. y de fuerzas paramilitares colombianas. Ello llevaría a la derrota completa de la revolución bolivariana y a la recuperación del control político y económico por parte del imperio estadounidense y la burguesía fascista venezolana. Es el escenario menos posible en el corto plazo pero el que se va a seguir intentando por parte de la derecha más extrema.   
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La revuelta fascista que se adelanta en la actualidad no cuenta con la fuerza para desestabilizar el país. Es una alerta para la burguesía emergente “bolivariana” que de no tener la presión del proletariado revolucionario va a transar con algunos sectores de la burguesía venezolana para obtener – materializar – una estabilidad política y gubernamental que necesita para seguir acumulando fuerza económica, política y cultural.
Conclusión
Como conclusión parcial de este repaso histórico e incipiente análisis podemos afirmar que además de la falta de experiencia en la tarea propuesta, algunos elementos de la formación ideológica y política de los dirigentes del movimiento bolivariano han permitido que aspectos estructurales de la sociedad venezolana, del mundo actual y del mismo proceso, no fueran tenidos en cuenta en toda su dimensión y complejidad, y por tanto, surgieron en su dirección política tendencias erróneas, que hasta ahora, han impedido – consciente o inconscientemente –, que la causa revolucionaria del socialismo sea asumida por el pueblo como una causa propia.
La oposición total – “radical” – al gobierno bolivariano, por parte de algunos sectores que se reclaman “revolucionarios” y “socialistas”, que los lleva a unir esfuerzos con la derecha venezolana y aún con el imperio, no es la mejor conducta para el momento. Tal actitud los lleva a aislarse del conjunto del proletariado y del pueblo “chavista” (en Ecuador, del pueblo “correísta” y en Bolivia, del pueblo “evista”), a ilusionarse con sectores “juveniles” que tienen un sesgo profundamente reaccionario, racista, “clasista” desde lo burgués y pequeño-burgués, y a llevarle agua al molino a nuestro enemigo de clase. Ese comportamiento, profundamente infantil, le hace el juego a la burguesía emergente (“bolivariana”) y le facilita el terreno para cooptar a los dirigentes obreros y proletarios, aislándolos de un verdadero movimiento proletario de amplia cobertura. 
La tarea esencial es clarificar la política independiente del proletariado sin aislarnos del conjunto de la lucha por la dirección de la revolución “bolivariana”, que es una creación y patrimonio del proletariado y del pueblo venezolano. Entender que al interior del “proceso de cambio” existen las potencialidades para dar un salto cualitativo hacia adelante. Identificar el enemigo principal – imperio estadounidense, burguesía parásita imperialista, paramilitarismo uribista colombiano – sin descuidar la alianza que se ha ido formando entre sectores burgueses tradicionales y la burguesía emergente “bolivariana”.
La energía espiritual de un pueblo y un proletariado que ha iniciado su liberación está allí latente y no va a ser fácil de derrotar. Los procesos sociales van más allá de los sujetos individuales. Construir una nueva sociedad no es una tarea fácil ni se hace de un momento para otro. Poco a poco la revolución acumulará las fuerzas para dar el salto cualitativo al que le temen todas las fuerzas reaccionarias.
Popayán, 28 de febrero de 2014
  


[1] Este problema está siendo trabajado por los neo-zapatistas mexicanos con la concepción del “mandar obedeciendo”, las Juntas de Buen Gobierno, los Municipios Autónomos, los “Caracoles”, en donde sus integrantes y responsables son rotativos y reemplazables en todo momento. Son formas de Democracia Directa con representación y delegación limitada por un control social asambleario. Es el mismo principio de la “Comuna”, “Soviets”, “Comités Revolucionarios”, pero con desarrollos en el tiempo y el espacio, con una fuerte autonomía frente al Ejército Zapatista de Liberación Nacional EZLN y fuerzas políticas partidarias.

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